ABRIR LAS CIENCIAS SOCIALES
Informe de la Comisión Gulbenkian para la
reestructuración de las ciencias sociales
Coordinado por
IMMANUEL WALLERSTEIN
Comisión Gulbenkian:
IMMANUEL WALLERSTEIN, presidente
CALESTOUS JUMA,
EVELYN FOX SÉLLER, JÜRGEN KOCKA, DOMINIQUE LECOURT, VALENTIN Y. MUDIMBE,
KINHIDE MUSHAKOJI, ILYA PRIGOGINE, PETER J. TAYLOR, MICHEL-ROLPH TROUILLOT
RICHARD LEE, secretario científico
Centro de investigaciones
interdisciplinarias en ciencias y humanidades, Siglo veintiuno editores, Universidad
Nacional Autónoma de México.
"El mundo del siglo XXI" es una colección que se propone publicar algunas de las obras más significativas de los investigadores y pensadores contemporáneos de Asia, África, América Latina, Europa y Norteamérica.
"El mundo del siglo XXI" es una colección que se propone publicar algunas de las obras más significativas de los investigadores y pensadores contemporáneos de Asia, África, América Latina, Europa y Norteamérica.
A la necesidad de estudiar cualquier
problema local, nacional o regional en el contexto de la globalización y de las
redes internacionales y transnacionales cada vez más significativas en la
evolución contemporánea, se añade un creciente movimiento intelectual que busca
plantear los problemas mundiales y regionales desde las distintas perspectivas
geográficas y culturales, en posiciones que no sean "eurocentristas"
y que tampoco invoquen las especificidades de cada cultura y civilización pora
ignorar el carácter universal y plural del mundo.
La colección "El mundo del siglo
XXI" buscará publicar estudios de los problemas más importantes de nuestro
tiempo y su análisis en relación con la sociedad, la economía, la política y la
cultura. Algunas obras pondrán más énfasis en ciertos campos de las
especialidades disciplinarias, otras vincularán a varias disciplinas pora el
análisis de los distintos temas. La obra constituirá una selección muy útil
pora adelantarse en los problemas de nuestro tiempo y del futuro de la
humanidad.
La colección procurará que en sus
primeros cien libros se encuentren algunos de los mejores que hoy se publican
en todo el mundo.
PABLO GONZÁLEZ CASANOVA
PREFACIO
En la segunda mitad de la década de
1980, la Fundación Calouste Gulbenkian patrocinó lo que llegó a ser la primera
y muy fructífera fase del proyecto "Portugal 2000", que generó un
conjunto valioso de reflexiones sobre el marco y los principales puntos
relacionados con la posible o probable trayectoria de la nación portuguesa en el
amanecer del siglo XXI. Esos pensamientos e investigaciones han sido publicados
en portugués en la serie "Portugal. Los próximos veinte años".
Mientras se desarrollaba esa
iniciativa, la Fundación trató de apoyar las reflexiones y los trabajos sobre
temas de índole global y problemas cuya consideración y solución eran
consideradas esenciales pora la búsqueda común de un futuro mejor pora la
sociedad. En ese contexto porecía apropiado examinar las ciencias sociales y el
papel que desempeñan, tanto en términos de las relaciones entre las distintas
disciplinas como en la relación de todas ellas con las humanidades y las
ciencias sociales. De hecho, las grandes realizaciones intelectuales de los
últimos treinta o cuarenta años que condujeron al modarno estudio de la vida y
la ciencia de la complejidad, la reciente necesidad de
"contextualización" de universalismos en relación con el diálogo cada
vez mayor entre culturas, y el aumento de la educación universitaria desde
fines de la década de 1950 fueron factores que tuvieron gran influencia en la
práctica de los científicos sociales, lo que deja muy poco espacio pora las
preocupaciones de naturaleza estructural y organizacional.
Dicho de otro modo: la superación de
la actual estructura de la disciplina ¿no debe ser considerada como un dilema
central de las ciencias sociales en el estado actual de su evolución?
Fue por eso por lo que la Fundación
Calouste Gulbenkian recibió con beneplácito la propuesta del profesor Immanuel
Wallerstein, Director del Fernand Braudel Center de la Universidad de
Binghamton, pora dirigir el esfuerzo intelectual de un grupo internacional de
estudiosos sumamente distinguidos—seis de las ciencias sociales, dos de las
ciencias naturales y dos de las humanidades—en una reflexión sobre el presente
y el futuro de las ciencias sociales.
La Comisión Gulbenkian pora la
reestructuración de las ciencias sociales se creó en julio de 1993 con el
profesor Wallerstein como presidente. Su composición refleja tanto la
profundidad como la amplia perspectiva necesarias pora alcanzar el análisis que
se presenta en el texto que sigue.
Abrir las ciencias sociales es un
libro serio, generoso y provocativo que presenta fielmente la atmósfera y la
vivacidad de los trabajos de la Comisión Gulbenkian durante los dos años que
siguieron a su creación. Se celebraron tres reuniones plenarias, la primera en
la sede central en Lisboa en junio de 1994, la segunda en la Maison de Sciences
de l'Homme en Poris en enero de 1995, y la tercera en el Fernand Braudel Center
en Binghamton en abril de 1995.
El nivel intelectual de Abrir las
ciencias sociales se debe principalmente a la capacidad de los eminentes
individuos que formaron porte de la Comisión, pero el resultado final habría
sido imposible sin el entusiasmo, la determinación y las cualidades de
dirección de Immanuel Wallerstein, y también este hecho debe ser reconocido y
agradecido aquí.
Fundación Calouste Gulbenkian
l. LA CONSTRUCCION HISTÓRICA DE LAS
CIENCIAS SOCIALES DESDE EL SIGLO XVIII
HASTA 1945
Pensar la vida como un
problema inmenso, una ecuación o mas bien una familia de ecuaciones
porcialmente dependientes, porcialmente independientes, unas de otras ....
entendiendo que esas ecuaciones son muy complejas y llenas de sorpresas, y que
a menudo somos incapaces de describir sus "raíces".
FERNAND BRUDEL*
La idea de que podemos reflexionar de
forma inteligente sobre la naturaleza de los seres humanos, sus relaciones
entre ellos y con las fuerzas espirituales y las estructuras sociales que han
creado, y dentro de las cuales viven, es por lo menos tan antigua como la
historia registrada. Son los temas que se examinan en los textos religiosos
recibidos y también en los textos que llamamos filosóficos, aporte de la
sabiduría oral transmitida a través de las edades, que a menudo en algún
momento llega a ser escrita. Sin duda, buena porte de esa sabiduría es
resultado de una selección inductiva de la plenitud de la experiencia humana en
una u otra porte del mundo en períodos larguísimos, aún cuando los resultados a
menudo se presentan en forma de revelación o deducción racional de algunas
verdades inherentes y eternas.
* Prefacio a Charles Morazé, Les
bourgeois conquérants, Porís, Armand Colin, 1957.
Lo que hoy llamamos ciencia social es
heredera de esa sabiduría, pero es una heredera distante, que a menudo no
reconoce ni agradece, porque la ciencia social se definió conscientemente a si
misma como la búsqueda de verdades que fueran más allá de esa sabiduría
recibida o deducida. La ciencia social es una empresa del mundo modarno; sus
raíces se encuentran en el intento, plenamente desarrollado desde el siglo XVI
y que es porte inseporable de la construcción de nuestro mundo modarno, por
desarrollar un conocimiento secular sistemático sobre la realidad que tenga algún
tipo de validación empírica. Esto fue lo que adoptó el nombre de scientia, que
significaba simplemente conocimiento. Desde luego también la palabra filosofía,
etimológicamente, significa conocimiento, o más bien amor al conocimiento.
La llamada visión clásica de la
ciencia, que predomina desde hace varios siglos, fue constituida sobre dos
premisas. Una era el modalo newtoniano en el cual hay una simetría entre el
pasado y el futuro. Era una visión casi teológica: al igual que Dios, podemos
alcanzar certezas, y por lo tanto no necesitamos distinguir entre el pasado y
el futuro puesto que todo coexiste en un presente eterno. La segunda promisa
fue el dualismo cartesiano, la suposición de que existe una distinción
fundamental entre la naturaleza y los humanos, entre la materia y la mente,
entre el mundo físico y el mundo social/espiritual. Cuando Thomas Hooke
redactó, en 1663, los estatutos de la Royal Society, inscribió como su objetivo
el de "perfeccionar el conocimiento de las cosas naturales y de todas las
artes útiles, manufacturas, prácticas inecánicas, ingenios e invenciones por
experimento", agregando la frase: "sin ocuporse de teología,
metafísica, moral, política, gramática, retórica o lógica."1 Esos
estatutos encarnaban ya la división de los modos de conocer, en lo que C. P.
Snow después llamaría las "dos culturas".
La ciencia pasó a ser definida como la
búsqueda de las leyes naturales universales que se mantenían en todo tiempo y
espacio. Alexandre Koyré, siguiendo la transformación de los conceptos europeos
del espacio desde el siglo XV hasta el XVIII observa:
El Universo infinito de la nueva
Cosmología, infinito en duración así como en extensión, en el que la materia
eterna, de acuerdo con leyes eternas y necesarias, se mueve sin fin ,, sin
objeto en el espacio eterno, heredó todos los atributos ontológicos de la
divinidad. Pero sólo ésos; todos los demás se los llevó consigo la divinidad
con su marcha.
Los otros atributos del dios que se
había ido eran, por supuesto, los valores morales de un mundo cristiano, como
amor, humildad y caridad. Koyré no menciona aquí los valores que vinieron a
ocupor su luger, pero sabemos que el dios que se había ido no dejó tras de sí
un vacío moral. Si los cielos se alejaron en forma casi ilimitada, lo mismo
ocurrió con las ambiciones humanas. la palabra operative pasó a ser
progreso—dotada ahora del recién adquirido sentimiento de infinitud, y
reforzada por las realizaciones materiales de la tecnología.
El "mundo" del que habla
Koyré no es el globe terrestre sino el cosmos, en realidad se podría sostener
que en ese mismo periodo la percepción del espacio terrestre en el mundo
occidental estaba pasando por una transformación en dirección contraria hacia
la finitud. Pora la mayoría de la gente sólo con los viajes de descubrimiento,
que atravesaron el globo, la tierra llegó a cerrarse en su forma esférica. Es
cierto que la circunferencia de esa esfera era mucho mayor que lo que imaginaba
Colón, pero sin embargo era finita. Y además, con el uso y con el tiempo esos
mismos viajes de descubrimiento establecieron las rutas comerciales y las
subsecuentes divisiones del trabajo ampliadas, que acortarían constantemente
las distancias sociales y temporales.
1 Cit. en Sir Henry
Lyons, The Royal Society, 1660-1940, Nueva York, Greenwood Press, 1968, p. 41.
2
Alexandre Koyré, Del mundo cerrado al universo infinito, México, Siglo XXI,
1979, p. 256.
Sin embargo esa finitud de la tierra
no era, por lo menos hasta hace muy poco, fuente de desánimo. El ideal y la
visión de un progreso ilimitado extraía fuerza de la infinidad del tiempo y del
espacio, pero la realización práctica del progreso en los asuntos humanos por
medio del avance tecnológico dependía de la cognoscibilidad y explorabilidad
del mundo, de la confianza en su finitud en ciertas dimensiones clave
(especialmente su epistemología y geografía). De hecho en general se suponía
que pora lograr el progreso era necesario que nos libráramos completamente de
todas las inhibiciones y de las limitaciones en nuestro papel de descubridores
dispuestos a descubrir los secretos más íntimos y a utilizar los recursos de un
mundo alcanzable. Hasta el siglo xx porecería que la finitud de la esfera
terrestre había servido principalmente pora facilitar las exploraciones y la
explotación requeridas por el progreso, y pora hacer prácticas y realizables
las aspiraciones de Occidente al dominio. En el siglo XX, cuando las distancias
terrestres llegaron a encogerse hasta un nivel que porecía constrictivo, las
limitaciones fueron invocadas incluso como incentivo adicional pora las
exploraciones, siempre más hacia arriba y hacia afuera, necesarias pora
expandir aun más esa esfera de dominio. En suma, nuestra vivienda pasada y
presente empezó a porecerse cada vez menos al hogar y cada vez más a una plataforma
de lanzamiento, el lugar desde el cual nosotros, como hombres (y también unas
pocas mujeres) de ciencia, podíamos lanzarnos al espacio, estableciendo una
posición de dominio sobre una unidad cada vez más cósmica.
Progreso y descubrimiento podrían ser
las palabras clave, pero hacen falta otros términos—ciencia, unidad,
simplicidad, dominio e incluso "el universo"—pora completar el
lexicón. La ciencia natural, tal como se entendía en los siglos XVII y XVIII,
derivaba principalmente del estudio de la mecánica celeste. Al principio los
que intentaban establecer la legitimidad y prioridad de la búsqueda científica
de las leyes de la naturaleza no hacían mayor distinción entre ciencia y
filosofía. En la medida en que distinguian los dos dominios pensaban en ellos
como aliados en la búsqueda de una verdad secular, pero a medida que el trabajo
experimental y empírico pasó a ser cada vez más importante pora la visión de la
ciencia, la filosofía comenzó a aporecer pora los científicos naturales cada
vez más un mero sustituto de la teologia, igualmente culpable de afirmaciones a
priori de verdades imposibles de poner a prueba. Pora el comienzo del siglo XIX
la división del conocimiento en dos campos ya había perdido el sentimiento de
que los dos eran esferas "seporadas pero iguales", adquiriendo en
cambio un saborjerárquico, por lo menos a los ojos de los cientificos
naturales—conocimiento cierto (ciencia), distin to de un conocimiento que era
imaginado e incluso imaginario (lo que no era ciencia). Finalmente, en el
inicio del siglo XIX el triunfo de la ciencia fue consagrado por la
lingüística: el término ciencia, sin adjetivo calificativo, pasó a ser
identificado principalmente (y a menudo exclusivamente) con la ciencia natural.3
Ese hecho marcó la culminación de la ciencia natural de adquirir pora sí una
legitimidad socio-intelectual totalmente seporada e incluso en oposición a otra
forma de conocimiento llamada filosofía.
La ciencia, es decir la ciencia
natural, estaba mucho más claramente definida que su alternativa, pora la cual
el mundo nunca se ha puesto de acuerdo en un nombre único. A veces llamada las
artes, a veces las humanidades, a veces las letras o las bellas letras, a veces
la filosofía y a veces incluso la cultura, o en alemán Geisteswissenschaften,
la alternativa de la "ciencia" ha tenido un rostro y un énfasis
variables, una falta de coherencia interna que no ayudó a sus practicantes a
defender su caso ante las autoridades, especialmente debido a su aporente
incapacidad de presentar resultados "prácticos". Porque había
empezado a estar claro que la lucha epistemológica sobre qué era conocimiento
legitimo ya no era solamente una lucha sobre quién controlaría el conocimiento
sobre la naturaleza (pora el siglo XVIII estaba claro que los científicos naturales
habían ganado los derechos exclusivos sobre ese campo) sino sobre quién
controlaría el conocimiento sobre el mundo humano.
La necesidad del estado modarno de un
conocimiento más exacto sobre el cual basar sus decisiones había conducido al
surgimiento de nuevas categorías de conocimiento desde el siglo XVIII, pero
esas categorías todavía tenían definiciones y fronteras inciertas. Los
filósofos sociales empezaron a hablar de "física social", y los
pensadores europeos comenzaron a reconocer la existencia de múltiples tipos de
sistemas sociales en el mundo ("¿cómo se puede ser persa?") cuya
variedad requería una explicación. Fue en ese contexto como la universidad (que
en muchos sentidos había sido una institución moribunda desde el siglo XVI,
como resultado de haber estado demasiado estrechamente unida a la iglesia antes
de esa fecha) revivió a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX como
principal sede institucional pora la creación de conocimiento.
La universidad revivió y se
transformó. La facultad de teología perdió importancia y en ocasiones
desaporeció completamente o fue sustituida por un mero deportamento de estudios
religiosos dentro de la facultad de filosofía. La facultad de medicina conservó
su papel como centro de capacitación en un campo profesional específico, ahora
enteramente definido como conocimiento científico aplicado. Fue principalmente
dentro de la facultad de filosoffa (y en mucho menor grado en la facultad de
derecho) donde se construyeron las modarnas estructuras del conocimiento. Era a
esa facultad (que en muchas universidades se mantavo estructuralmente
unificada, aunque en otras se subdividió) que ingresaban los estudiantes tanto
de las artes como de las ciencias naturales, y fue allí que construyeron sus
múltiples estructuras disciplinarias autónomas.
La historia intelectual del siglo XIX
está marcada principalmente por esa disciplinarización y profesionalización del
conocimiento , es decir, por la creación de estructuras institucionales
permanentes diseñadas tanto pora producir nuevo conocimiento como pora
reproducir a los productores de conocimiento. La creación de múltiples
disciplinas se basaba en la crcencia de que la investigación sistemática
requería una concentración hábil en las múltiples zonas seporadas de la realidad,
la cual había sido racionalmente dividida en distintos grupos de conocimientos.
Esa división racional prometía ser eficaz, es decir intelectualmente
productiva. Las ciencias naturales no habían esperado la resurrección de la
universidad pora establecer algún tipo de vida institucional autónoma, habían
sido capaces de reaccionar antes porque tenían la capacidad de solicitar apoyo
social y político con base en su promesa de producir resultados prácticos de
utilidad inmediata. El ascenso de las academias reales en los siglos XVII y
XVIII y la creación de las grandes écoles por Napoleón, reflejaban la
disposición de los gobernantes pora promover las ciencias sociales. Quizá los
científicos naturales no tenían necesidad de las universidades pora continuar con
su trabajo.
Fueron más bien los que no eran
científicos naturales—los historiadores, anticuarios, estudiosos de literaturas
naturales—los que más hicieron por resucitar a las universidades durante el
siglo XIX, utilizándolos como mecanismo pora obtener apoyo del estado pora sus
trabajos eruditos. Ellos atrajeron a los filósofos naturales hacia las
nacientes estructuras universitarias pora beneficiarse del perfil positivo que
éstas poseían, pero el resultado fue que desde entonces las universidades pasaron
a ser la sede principal de la continua tensión entre las artes o humanidades y
las ciencias, que ahora se definían como modos de conocimiento muy diferentes,
y pora algunos antagónicos.
En muchos países, y ciertamente en
Gran Bretaña y en Francia, el trastorno cultural provocado por la Revolución
francesa impuso cierta clarificación del debate. La presión por la
transformación política y social habia adquirido una urgencia y una legitimidad
que ya no resultaba fácil contener mediante la simple proclamación de teorías
sobre un supuesto orden natural de la vida social. En cambio, muchos—sin duda
con esperanzas de limitarlo—sostenían que la solución consistía más bien en
organizer y racionalizar el cambio social que ahora porecía inevitable en un
mundo en el que la soberanía del «pueblo» iba rápidamente con'virtiéndose en la
norma. Pero pora organizer y racionalizar el cambio social primero era
necesario estudiarlo y comprender Las reglas que lo gobernaban. No sólo había
espacio pora lo que hemos llegado a llamar ciencia social, sino que habla una
profunda necesidad social de alla. Además, porecía coherente que si se
intentaba organizar un nuevo orden social sobre una base estable, cuanto más
exacta (o «positiva») fuese la ciencia tanto major seria lo demás. Esto era lo
que tenían presente muchos de los que empezaron a echar las bases de la ciencia
social modarna en la primera mitad del siglo XIX, especialmente en Gran Bretaña
y en Francia, cuando se volvieron hacia la física newtoniana como modalo a
seguir.
Otros, más interesados en volver a
tejer la unidad social de los estados, que habían sufrido violentos trastornos
sociales o estaban amenazados por ellos, se volvieron hacia la elaboración de
relatos históricos nacionales con el objeto de dar un soporte a nuevas o
potenciales soberanías, relates que sin embargo ahora no eran tanto biografías
de príncipes como de "pueblos". La reformulación de la «historia»
como geschi~h~te—lo que ocurrió, lo que ocurrió en realidarl— debía darle
credenciales impecables. La historia dejaría de ser una hagiografia pora
justificar a los monarcas y se convertiria en la verdadera historia del pasado
explicando el presente y ofreciendo las bases pora una elección sabia del
futuro. Ese tipo de historia (basada en la investigación empirica de archives)
se unió a las ciencias social y natural en el rechazo de la «especulación"
y la "deducción" (prácticas calificadas de pura "filosofía»).
Pero precisamente porque ese tipo de historia estaba interesada en las historias
de los pueblos, cada una empíricamente diferente de la otra, veía con
desconfianza e incluso con hostilidad los intentos de los exponentes de la
nueva "ciencia social" de generalizar, es decir, de establecer leyes
generates de la sociedad.
En el curso del siglo XIX las diversas
disciplines se abrieron como un abanico pora cubrir toda una gama de posiciones
epistemológicas. En un extremo se hallaba primero la matemática (actividad no
empírica), y a su lado las ciencias naturales experimentales (a su vez en una
especie de orden descendente de determinismo—física, química, biologia). En el
otro extremo estaban las humanidades (o artes y letras), que empezaban por la
filosofía (simétrica de la matemática como actividad no empírica) y junta a
ella el estudio de prácticas artísticas formales (literature, pintura,
escultura, musicología), y llegaban a menudo en su práctica muy cerca de la
historia, una historia de las artes. Y entre las humanidades y las ciencias
naturales así definidas quedaba el estudio de las realidades sociales con la
historia (idiográfica) más cerca de las facultades de artes y letras, y a
menudo porte de ellas, y la "ciencia social" (nomotética) más cerca
de las ciencias naturales. A medida que la seporación del conocimiento en dos
esferas diferentes coda una con un énfasis epistemológico diferente, que se
endurecía coda vez más, los estudiantes de las realidades sociales quedaron
atrapados en el media, y profundamente divididos en torno a esos problemas
epistemológicos.
Todo esto, sin embargo, estaba
ocurriendo en un contexto en el que la ciencia (newtoniana) había triunfado
sobre la filosoffa (especulativa), y por lo tanto había llegado a encarnar el
prestigio social en el mundo del conocimiento. Esa división entre la ciencia y
la filosofía habia sido proclamada como un divorcio por Auguste Comte, aunque
en realidad representaba principalmente el repudio de la metafísica
aristotélica y no del interés filosófico en si. Sin embargo, los problemas
planteados porecían reales: ¿hay leyes deterministas que gobiernan el mundo?,
¿o hay un lugar y un papel pora la invención y la investigación (humanas)?
Además, los problemas intelectuales tenían presuntas implicaciones políticas.
Políticamente el concepto de leyes deterministas porecía ser mucho más útil
pora los intentos de control tecnocrático de movimientos potencialmente
anarquistas por el cambio, y políticamente la defensa de lo porticular, lo no
determinado y lo imaginativo porecia ser más útil, no sólo pora los que se
resistían al cambio tecnocrático en nombre de la conservación de las
instituciones y tradiciones existentes, sino también pora los que luchaban por
posibilidades más espontáneas y radicales de introducir la acción humana en la
esfera sociopolítica . En ese debate, que fue continuo pero desequilibrado, el
resultado en el mundo del conocimiento fue que la ciencia (la física) fue
colocada en todas portes en un pedestal y en muchos países fue relegada a un
rincón aún más pequeño del sistema universitario. Eventualmente, en respuesta,
algunos filósofos redefinieron sus actividades en formas más acordes con la
ética científica (la filosofía analítica de los positivistas de Viena).
Se proclamó que la ciencia era el
descubrimiento de la realidad objetiva utilizando un método que nos permitía
salir fuera de la mente, mientras se decia que los filósofos no hacían más que
meditar y escribir sobre sus meditaciones. Esa visión de la ciencia y la
filosofía fue afirmada con mucha claridad por Comte en la primera mitad del
siglo XIX, cuando se propuso establecer las reglas que gobernarían el análisis
del mundo social. Al revivir el término "fisica social", Comte
expresaba claramente su interés político: quería salvar a Occidente de la
«corrupción sistemática" que había llegado a ser «entronizada como instrumento
indispensable del gobierno" debido a la "anarquía intelectual"
manifiesta desde la Revolución francesa. En su opinión, el portido del orden se
basaba en doctrinas superadas (católica y feudal), mientras que el portido del
movimiento tomaba como base tesis puramente negatives y destructivas tomadas
del protestantismo. Pora Comte la física social permitiría la reconciliación
del orden y el progreso al encomendar la solución de las cuestiones sociales a
"un pequeño número de inteligencias de élite" con educación apropiada.
De esa forma, la Revolución francesa "terminaria" gracias a la
instalación de un nuevo poder espiritual. Así quedaba clara la base
tecnocrática y la función social de la nueva física social.
En esa nueva estructura de
conocimiento los filósofos pasarían a ser en una fórmula célebre, los
"especialistas en generalidades». Esto significaba que aplicarían la
lógica de la mecánica celeste (que había llegado a la perfección en la versión
de Laplace del prototipo newtoniano) al mundo social. La ciencia positiva se
proponia representar la liberación total de la teología, la metafísica y todos
los demás modos de "explicar" la realidad. "Entonces, nuestras
investigaciones en todas ias ramas del conocimiento, pora ser positivas, deben
limitarse al estudio de hechos reales sin tratar de conocer sus causes primeras
ni propósitos últimos."4
John Stuart Mill, contraporte inglesa
y corresponsal de Comte, no habló de ciencia positive sino de ciencia exacta,
pero mantuvo igual el modalo de la mecánica celeste: "[La ciencia de la
naturaleza humana] está lejos de alcanzar los estándares de exactitud que hay
se alcanzan en astronomía, pero no hay razón pora que no pueda ser tan
científica como el estudio de las mareas, o como lo era la astronomía cuando
sus cálculos sólo habían alcanzado a dominar Los fenómenos principales, pero no
ls perturbaciones."5
Pero si bien era claro que la base de
las divisiones dentro de Las ciencias sociales estaba cristalizando en la
primera mitad del siglo XIX, la diversificación in telectual reflejada en la
estructura disciplinaria de las ciencias sociales sólo fare formalmente
reconocida en las principales universidades, en las formas en que las conocemos
hoy, en el periodo comprendido entre 1850 y 1914. Es obvio que en el periodo
comprendido entre 1500 y 1850 ya existía una literature sobre muchos de los
asuntos centrales tratados por lo que hay llamamos ciencia social—el
funcionamiento de las instituciones políticas, las políticas macroeconómicas de
los estados, las reglas que gobiernan las relaciones entre los estados, la
descripción de sistemas sociales no europeos. Todavia leemos a Maquiavelo y a
Bodin, a Petty y a Grotius, a los fisiócratas franceses y a los maestros de la
ilustración escocesa igual que a los autores de la primera mitad del siglo
XVIII, desde Malthns y Ricardo haste Guizot y Tocqueville o Herder y Fichte.
Incluso tenemos en ese período estudios tempranos de desviaciones sociales,
como el caso de Beccaria. Sin embargo, todo esto aún no era del todo lo que hay
entendemos por ciencia social, y todavía ninguno de esos estudiosos consideraba
que operaba dentro del marco de lo que más tarde serían consideradas como
disciplinas seporadas.
La creación de las múltiples
disciplinas de ciencia social fue porte del intento general del siglo XIX de
obtener e impulsar el conocimiento "objetivo" de la
"realidad" con base en descubrimientos empíricos (lo contrario de la
"especulación"). Se intentaba "aprender" la verdad, no
inventarla o intuirla. El proceso de institucionalización de este tipo de
actividad de conocimiento no fue simple ni directo. Ante todo, al principio, no
estaba claro si esa actividad iba a ser una sola o debería dividirse más bien
en varias disciplinas, como ocurrió después. Tampoco estaba claro cuál era el
mejor camino hacia ese conocimiento, es decir qué tipo de epistemología sería
más fructífera o incluso más legítima. Y lo menos claro de todo era si las
ciencias sociales podían ser consideradas en algún sentido como una
"tercera cultura", situada "entre la ciencia y la
literatura" en la formulación posterior de Wolf Lepenies. En realidad,
ninguna de esas preguntas ha tenido hasta ahora una respuesta definitiva. Todo
lo que podemos hacer es observar las decisiones prácticas que se tomaron, o las
posiciones mayoritarias que tendieron a prevalecer.
Lo primero que debemos observar
es dónde se produjo esa institucionalización. La actividad en la ciencia social
durante el siglo XIX tuvo lugar principalmente en cinco puntos: Gran Bretaña,
Francia, las Alemanias, las Italias y Estados Unidos. La mayor parte de los
estudiosos y la mayor porte de las universidades (aunque por supuesto no todos)
estaban en esos cinco lugares. Las universidades de otros países no tenían el
prestigio internacional y el peso numérico de las situadas en esos cinco. Hasta
hoy, la mayoría de las obras del siglo XIX que todavía leemos fueron escritas
en uno de esos cinco países. La segunda cosa que debemos observar es que en el
curso del siglo se proposieron un gran número y diversos conjuntos de nombres
de "temas" o "disciplinas". Sin embargo, pora la primera
guerra mundial había una convergencia o consenso general en torno a unos pocos
nombres específicos, y los demás candidatos habían sido más o menos
abandonados. Esos nombres, que examinaremos a continuación, eran principalmente
cinco: historia, economía, sociología, ciencia polItica y antropología. Como
veremos, a esta lista podemos agregar las ciencias orientales (llamadas en
inglés orientalismos), a pesar del hecho de que tímidamente el grupo no se consideraba
a sí mismo como ciencia social. Más adelante explicaremos por qué no incluimos
en esa lista la geografía, la psicología y el derecho.
4 Auguste Comte, A
discourse on the positive spirit, Londres, William Reeves, 1903, p. 21.
5 John Stuart Mill, A
system of logic ratiocinative and interactive, vol. VIII, de Collected works of
John Stuart Mill, Toronto, University of Toronto Press, 1974, vol. VI, cap. III, por. 2, p. 846.
La primera de las disciplinas de la
ciencia social que alcanzó una existencia institucional autónoma real fue la
historia. Es cierto que muchos historiadores rechazaron vigorosamente el nombre
de ciencia social, y algunos lo rechazan aún hoy. Nosotros sin embargo
consideramos las disputas entre los historiadores y las otras disciplinas de
las ciencias sociales como disputas dentro de la ciencia social, como
trataremos de mostrar claramente en el curso de este trabajo. La historia desde
luego era una práctica muy antigua, como lo es el propio término. Los relatos
del pasado, y en porticular las descripciones del pasado del propio pueblo, del
propio estado, eran una actividad familiar en el mundo del conocimiento y la
hagiografía siempre había sido estimulada por quienes se encontraban en el
poder. Lo que distinguía a la nueva «disciplina» de la historia que se
desarrolló en el siglo XIX fue el énfasis riguroso que ponía en la búsqueda wie
es eigentlich gewesen ist ("lo que ocurrió en realidad"), en la
famosa frase de Ranke. ¿A diferencia de qué? Sobre todo a diferencia del relato
de historias imaginadas o exageradas pora halagar a los lectores o pora servir
a los propósitos inmediatos de los gobernantes o de cualquier otro grupo
poderoso.
Es imposible pasar por alto hasta qué
punto el lema de Ranke refleja los temas utilizados por las
"ciencias" en su lucha con la "filosofía"—el énfasis en la
existencia de un mundo real que es objetivo y cognoscible, el énfasis en la
evidencia empírica, el énfasis en la neutralidad del estudioso. Además el
historiador, al igual que el científico natural, no debía hallar sus datos en
escritos anteriores (la biblioteca, luger de la lecture) o en sus propios
procesos de pensamiento (el estudio, lugar de la rellexión), sino más bien en
un lugar donde se podían reunir, almacenar, controlar y manipular datos
exteriores (el laboratorio/el archivo, lugares de la investigación).
Ese común rechazo de la filosofía
especulativa acercó a la historia y la ciencia como modos de conocimiento
"moderno" (es decir no medievales). Pero como los historiadores
también rechazaban la filosofía, en cuanto implicaba búsqueda de esquemas
generales que permitieran explicar datos empíricos, sintieron que la búsqueda
de "leyes" científicas del mundo social los llevaría de vuelta al
error. Esta doble significación del rechazo de la filosofía por los
historiadores explica cómo sus obras pudieron no sólo reflejar el nuevo
predominio de la supremacía de la ciencia en el pensamiento europeo sino
también anunciar y proponer vigorosamente una posición idiográfica y
antiteórica. Es por esto por lo que durante todo el siglo XIX la mayoría de los
historiadores insistió en que pertenecían a las facultades de letras y en
general trataron de evitar cualquier identificación con la nueva categoría, las
ciencias sociales, que lentamente se iba poniendo de moda.
Si bien es cierto que algunos de los
historiadores de comienzos del siglo XIX empezaron, con alguna visión de una
historia universal (último vínculo con la teologia), la combinación de sus
compromisos idiográficos con las presiones sociales provenientes de los
estados, así como de la opinión pública educada, empujó a los historiadores a
escribir principalmente sus propias historias nacionales, con una definición de
nación más o menos circunscrita por un movimiento hacia atrás en el tiempo, del
espacio ocupado en el presente por las fronteras estatales existentes o en
construcción. En todo caso, el énfasis de los historiadores en el uso de
archivos, basado en un profundo conocimiento contextual de la cultura, hizo que
la investigación histórica pareciera ser más válida cuando cada quien la
realizaba en su propia casa. Así fue como los historiadores, que no habían
querido seguir trabajando en la justificación de los reyes, se encontraron
dedicados a la justificación de las "naciones» y a menudo de sus nuevos
soberanos, los "pueblos".
No hay duda de que eso era útil para
los estados, aunque sólo fuera indirectamente, en términos de reforzar su
cohesión social. No los ayudaba a decidir políticamente con sabiduría sobre el
presente, y ciertamente no ofrecían mucha sabiduría sobre las modalidades del
reformismo racional. Entre 1500 y 1800 los diversos estados ya se habían
acostumbrado a dirigirse a especialistas, en general empleados públicos, para
que los ayudaran a crear politica, particularmente en sus momentos
mercantilistas. Esos especialistas ofrecían su conocimiento bajo diversos
títulos, como jurisprudencia (término antiguo) y ley de las naciones (término
nuevo), economía política (también un término nuevo, que casi literalmente
significaba macroeconomía en el nivel de las entidades politicas), estadísticas
(otro término nuevo, que inicialmente hacia referencia a datos cuantitativos
sobre los estados), y Kameralwissenschaften (ciencias administrativas). La
jurisprudencia ya se enseñaba en las facultades de derecho de las
universidades, y las Kameralwissenschaften pasaron a ser tema de cursos en
universidades germánicas en el siglo XVIlI. Sin embargo, es sólo en el siglo
XIX cuando empezamos a encontrar una disciplina llamada economía, a veces en la
facultad de derecho pero a menudo en la facultad (a veces ex facultad) de
filosofía. Y debido a las teorías económicas liberales prevalecientes en el
siglo XIX la frase "economía política" (popular en el siglo XVIII)
desaparece para la segunda mitad del siglo XIX para ser sustituida por
"economía". Al eliminar el adjetivo "política", los
economistas podían sostener que el comportamiento económico era el reflejo de
una psicología individual universal, y no de instituciones socialmente construidas,
argumento que a continuación podía utilizarse pora afirmar la naturalidad de
los principios de laissez-faire.
Las suposiciones universalizantes de
la economía hicieron que su estudio se orientara fuertemente hacia el presente
y en consecuencia la historia económica quedó relegada a un lugar secundario en
los estudios de economía y la subdisciplina de la historia económica se
desarrolló en gran parte a partir de los estudios de historia (y en parte se
separó de ellos), más que de los de economía. El único intento importante en el
siglo XIX por desarrollar una ciencia social que no era ni nomotética ni
idiográfica sino más bien una búsqueda de las reglas que rigen temas sociales
históricamente específicos fue la construcción en la zona germánica de un campo
llamado Stuatswissenschaften. Ese campo cubria (en el lenguaje actual) una
mezcla de historia económica, jurisprudencia, sociología y economía—insistiendo
en la especificidad histórica de diferentes "estados" y sin hacer
ninguna de las distinciones disciplinarias que estaban empezando a utilizarse
en Gran Bretaña y en Francia. El propio nombre Staatswissenschaften («ciencias
del estado") indicaba que sus proponentes buscaban ocupar de alguna manera
el mismo espacio intelectual que antes había cubierto la «economía politica"
en Gran Bretaña y en Francia, y por lo tanto la misma función de proporcionar
conocimiento útil, por lo menos a largo plazo, para los estados. Esa invención
disciplinaria floreció particularmente en la segunda mitad del siglo XIX, pero
por último sucumbió ante los ataques del exterior y los temores del interior.
En la primera década del siglo XX la ciencia social alemana empezó a
conformarse con las categorías disciplinarias en uso en Gran Bretaña y en
Francia. Algunas de las figuras principales más jóvenes de la
Stuatswissenschaften, como Max Weber, tomaron la iniciativa de fundar la
Sociedad Sociológica Alemana. Para la década de 1920 el término
Staatswissenschaften había sido desplazado por Sozialwissenschaften («ciencias
sociales").
Al mismo tiempo que la economía iba
convirtiéndose en una disciplina establecida en las universidades—orientada
hacia el presente y nomotética—se estaba inventando una disciplina totalmente
nueva, con un nombre inventado: sociología. Para su inventor, Comte, la sociología
debía ser la reina de las ciencias, una ciencia social integrada y unificada
que era "positivista"—otro neologismo creado por Comte. Sin embargo
en la práctica la sociología como disciplina se desarrolló en la segunda mitad
del siglo XIX, principalmente gracias a la institucionalización y
transformación dentro de las universidades de la obra de asociaciones de
reforma social cuyo plan de acción había tendido principalmente a encarar el
descontento y el desorden de las muy crecidas poblaciones de trabajadores
urbanos. Al trasladar su trabajo al ambiente universitario esos reformadores
sociales estaban en gran parte abandonando su papel activo en la presión por
legislación inmediata. No obstante la sociologia siempre ha conservado su
preocupación por la gente común y por las consecuencias sociales de la
modernidad. En parte con el objeto de consumar la ruptura con sus orígenes—las
organizaciones de reforma social—, los sociólogos empezaron a cultivar el
impulso positivista que, combinado con su orientación hacia el presente, los
llevó también hacia el campo nomotético.
La ciencia politica surgió como
disciplina aún más tarde, no porque su tema, el estado contemporáneo y su
politica, fuera menos propicio para el análisis nomotético, sino principalmente
debido a la resistencia de las facultades de derecho a renunciar a su monopolio
en ese campo. La resistencia de las facultades de derecho ante ese tema podría
explicar la importancia atribuida por los científicos políticos al estudio de
la filosofía política, a veces llamada teoría politica, por lo menos hasta la
llamada revolución conductista del período posterior a 1945. La filosofía
política permitió a la nueva disciplina de la ciencia política afirmar su
posesión de un patrimonio que se remontaba a los griegos, e incluía a autores
que siempre habían tenido un lugar asegurado en los planes de estudio
universitarios.
Pero la facultad política no era
suficiente para justificar la creación de una nueva disciplina, después de todo
podía haber seguido enseñándose en los departamentos de filosofía, como en
realidad ocurrió. La ciencia política como disciplina separada respondía a un
objetivo ulterior: el de legitimar a la economía como disciplina separada. La
economía política había sido rechazada como tema con el argumento de que el
estado y el mercado operaban y debían operar según lógicas distintas. Y ésta
lógicamente requería, como garantía a largo plazo, el establecimiento de un
estudio científico separado del espacio político.
El cuarteto de historia, economía,
sociología y ciencia política, tal como llegaron a ser disciplinas
universitarias en el siglo XIX (en realidad hasta 1945), no sólo se practicaba
principalmente en los cinco países de su origen colectivo, sino que en gran
parte se ocupaba de describir la realidad social de esos mismos cinco países.
No es que las universidades de esos cinco países ignoraran por completo al
resto del mundo, sino más bien que segregaban su estudio sobre el resto del
mundo en otras disciplinas.
La creación del sistema mundial
moderno implicó el encuentro de Europa con los pueblos del resto del mundo, y
en la mayoría de los casos la conquista de éstos. En términos de las categorias
de la experiencia europea, encontraban dos tipos más bien diferentes de pueblos
y de estructuras sociales. Había pueblos que vivian en grupos relativamente
pequeños, que no tenían archivos ni documentos escritos, que no parecían
participar en un sistema religioso de gran alcance geográfico y que eran
militarmente débiles en relación con la tecnología europea. Para describir a
esos pueblos se utilizaban términos genéricos: en inglés generalmente se les
llamaba "tribus"; en otras lenguas podía llamárseles “razas” (aunque
este término más tarde fue abandonado debido a la confusión con el otro uso del
término “raza”, con referencia a agrupamientos bastante grandes de seres
humanos con base en el color de la piel y otros atributos biológicos). El
estudio de esos pueblos pasó a ser el nuevo campo de una disciplina llamada
antropología. Así como la sociología en gran parte había comenzado como
actividad de grandes asociaciones de reformadores sociales fuera de las
universidades, también la antropología se había iniciado en gran parte fuera d
ela universidad como práctica de explordores, viajeros y funcionarios de los
servicios coloniales de lsa potencias europeas; y, al igual que la sociología,
fue posteriormente institucionalizada como disciplina universitaria, aunque esa
disciplina estaba totalmente segregada de las otras ciencias sociales que
estudiaban el mundo occidental.
Algunos de los primeros antropólogos
se interesaron por la historia natural de la humanidad (y sus presuntas etapas
de desarrollo), igual que los primeros historiadores se habían interesado por
una historia universal, pero las presiones del mundo exterior impulsaron a los
antropólogos a convertirse en enógrafos de pueblos particulares, y en general
escogieron sus pueblos entre los que podían enocontrar en las colonias internas
o externas de su propio país. Esto casi inevitablemente implicaba una
metodología muy concreta, construida en torno al trabajo de campo (con lo que
cumplían el requisito de investigación empírica de la ética científica) y
observación participante en un área particular (cumpliendo el requisito de
alcanzar un conocimiento en profundidad de la cultura necesaria para su
comprensión, tan difícil de alcanzar en el caso de una cultura tan extraña para
el científico).
La observación participante
siempre amenazaba con violar el ideal de la neutralidad científica, al igual
que la tentación siempre presente para el antropólogo (así como para los
misioneros) de convertirse en mediador entre el pueblo estudiado y el mundo
europeo conquistador, particularmente porque el antropólogo solía ser ciudadano
de la potencia colonizadora del pueblo en estudio (por ejemplo los antropólogos
británicos en África Oriental y del Sur, los antropólogos franceses en África
Occidental, los antropólogos norteamericanos en Guamo los que estudian a los
indios norteamericanos, los antropólogos italianos en Libia). Su vinculación
con las estructuras de la universidad fue la más importante de las influencias
que obligaron a los antropólogos a mantener la práctica de la etnografía dentro
de las premisas normativas de la ciencia.
La búsqueda del estado prístino,
"antes del contacto», de las culturas, también indujo a los etnólogos a
creer que estaban estudiando "pueblos sin historia", en la penetrante
formulación de Eric Wolf. Esto podría haberlos llevado hacia una posición
nomotética y orientada hacia el presente, similar a la de los economistas, y
después de 1945 la antropología estructural avanzó principalmente en esa
dirección. Pero inicialmente la prioridad correspondió a las necesidades de
justificar el estudio de la diferencia y de defender la legitimidad moral de no
ser europeo. Y por lo tanto, siguiendo la misma lógica de los primeros
historiadores, los antropólogos se resistieron a la demanda de formular leyes,
practicando en su mayoría una epistemología idiográfica.
Sin embargo, no era posible clasificar
a todos los pueblos no europeos como "tribus". Hacía mucho tiempo que
los europeos tenían contacto con otras llamadas "altas
civilizaciones", como el mundo árabe masulmán y China. Los europeos
consideraban esas zonas como civilizaciones "altas" principalmente
porque tenían escritura, sistemas religiosos difundidos en grandes áreas
geográficas y una organización política (por lo menos durante largos periodos)
en forma de grandes imperios burocráticos. El estudio de esas sociedades por
europeos se había iniciado con religiosos en la Edad Media. Entre los siglos
XIlI y XVIII esas "civilizaciones" resistieron militarmente la
conquista europea lo suficiente como para merecer respeto, a veces incluso
admiración, aunque seguramente, al mismo tiempo, provocaban perplejidad.
Sin embargo, en el siglo XIX,
como resultado de nuevos avances tecnológicos de Europa, esas
"civilizaciones" se convirtieron en colonias o, por lo menos,
semicolonias europeas. Los estudios orientates, que habían nacido dentro de la
Iglesia justificados como auxiliares de la evangelización, pasaron a ser una
práctica más secular, y eventualmente hallaron un lugar en las estructuras
disciplinarias en evolución de las universidades. En realidad, la
institucionalización de los estudios orientates fue precedida por la de los
estudios sobre el antiguo mundo mediterráneo, lo que en inglés se llama
"the classics", el estudio de la Antigüedad de la propia Europa. Esto
también era el estudio de una civilización diferente de la de la Europa
moderna, pero no fue tratada del mismo modo que los estudios orientates, más
bien fue considerada como la historia de los pueblos definidos como los
antepasados de la Europa moderna, a diferencia del estudio, digamos, del
Antiguo Egipto o de Mesopotamia. La civilización de la Antigüedad se explicaba
como la fase temprana de un único proceso histórico continuo que culminaba en
la civilización "occidental" moderna, y por lo tanto era vista como
parte de una saga singular: primero, la Antigüedad; después, las conquistas bárbaras
y la continuidad asegurada por la Iglesia; luego, el Renacimiento, con la
reincorporación de la herencia grecorromana y la creación del mundo moderno. En
este sentido la Antiguedad no tenía historia autónoma sino que más bien
constituía el prólogo de la modernidad. En contraste, pero siguiendo la misma
lógica, las otras "civilizaciones" tampoco tenían historia autónoma:
más bien eran el relato de historias que se habían congelado, que no habían
progresado, que no habían culminado en la modernidad.
Los estudios clásicos eran
principalmente estudios literarios, aunque evidentemente se superponían con el
estudio histórico de Grecia y Roma. En el intento de crear una disciplina
separada de la filosofía (y de la teología), los clasicistas definieron su campo
como una combinación de literaturas de todo tipo (y no sólo del tipo que los
filósofos reconocían), artes (y su nuevo agregado, la arqueología) y la
historia que se podía hacer al modo de la nueva historia (que no era mucha,
dada la escasez de fuentes primarias). Esa combinación hizo que los estudios
clásicos quedaran, en la práctica, cerca de las disciplinas que estaban
surgiendo al mismo tiempo, y que tenían como foco las literaturas nacionales de
cada uno de los estados principales del occidente europeo.
Ese tono "humanistico"
de los estudios clásicos preparó el camino para las muchas variedades de
estudios orientales que empezaron a aparecer en los planes de estudio de las
universidades. Sin embargo, debido a sus premisas, los estudiosos orientalistas
adoptaron una práctica muy especial: como se suponía que esa historia no
progresaba, el foco de interés no era la reconstrucción de las secuencias
diacrónicas, como en la historia europea, sino la comprensión y apreciación del
conjunto de valores y de prácticas que habían creado civilizaciones que, a
pesar de ser consideradas "altas", fueron concebidas para ser nada
más que inmóviles. Se sostenía que la mejor manera de alcanzar esa comprensión
era por medio de una minuciosa lectura de los textos que encarnaban su
sabiduría, y eso requería una preporación lingüística y filológica muy similar
a la desarrollada tradicionalmente por los monjes en el estudio de los textos
cristianos. En este sentido los estudios orientales se resistieron totalmente a
la modernidad, y por consiguiente, en su mayor parte, no quedaron atrapados en
la ética científica. Aún más que los historiadores, los estudiosos
orientalistas no veían ninguna virtud en la ciencia social, y rehusaban
rigurosamente cualquier asociación con ese campo, prefiriendo considerarse
parte de las "humanidades". Sin embargo, llenaban un espacio
importante en las ciencias sociales, porque por mucho tiempo los estudiosos
orientalistas fueron prácticamente los únicos universitarios dedicados al estudio
de realidades sociales relacionadas con China, India o Persia. Desde luego que
además había unos pocos científicos sociales que se interesaban por comparar
civilizaciones orientales con civilizaciones occidentales (como Weber, Toynbee
y, menos sistemáticamente, Marx). Pero esos estudiosos comporativistas, a
diferencia de los orientalistas, no estaban interesados en las civilizaciones
orientales por sí mismas, sino que más bien su principal interés intelectual
era siempre explicar por qué era el mundo occidental y no esas otras
civilizaciones el que había avanzado hacia la modernidad (o el capitalismo).
Es preciso decir además una
palabra sobre tres campos que nunca llegaron a ser del todo componentes
principales de las ciencias sociales: la geografía, la psicología y el derecho.
La geografía, al igual que la historia, era una práctica muy antigua. A fines
del siglo XIX se reconstruyó como una disciplina nueva, principalmente en
universidades alemanas, que inspiró su desarrollo en otras partes. Los
intereses de la geografía eran esencialmente los de una ciencia social, pero se
resistía a la categorización: intentaba acercarse a las ciencias naturales
gracias a su interés por la geografía física y las humanidades dentro de su
preocupación por lo que se llamaba geografía humana (haciendo un trabajo en
algunos sentidos similar al de los antropólogos, aunque con énfasis en la
influencia del ambiente). Además, antes de 1945 la geografía fue la única
disciplina que intentó de manera consciente ser realmente mundial en su práctica,
en términos de su objeto de estudio. Ésa fue su virtud y posiblemente su
desgracia. A medida que, a fines del siglo XIX, el estudio de la realidad
social se fue compartimentando cada vez más en disciplinas separadas, con una
división clara del trabajo, la geografía empezó a parecer anacrónica en su
tendencia generalista, sintetizadora y no analítica.
Probablemente como consecuencia
de esto la geografía fue durante todo ese periodo una especie de pariente
pobre, en términos de números y prestigio, funcionando a menudo meramente como
una especie de agregado menor de la historia. En consecuencia, en las ciencias
sociales hubo un relativo descuido del tratamiento del espacio y el lugar. El
acento en el progreso y la política de organización del cambio social dio una
importancia básica a la dimensión temporal de la existencia social, pero dejó
la dimensión especial en un limbo incierto. Si los procesos eran universales y
deterministas, el espacio era teóricamente irrelevante. Si los procesos eran
casi únicos e irrepetibles, el espacio pasaba a ser un mero elemento (y un
elemento menor) de la especificidad. En la primera visión, el espacio era visto
como una mera plataforma—en la que se desarrollaban los acontecimientos u
operaban los procesos—esencialmente inerte, algo que estaba ahí y nada más. En
la segunda, el espacio pasaba a ser un contexto que influía en los
acontecimientos (en la historia idiográfica, en las relaciones internacionales
realistas, en los "efectos de vecindad", e incluso en los procesos de
aglomeración marshallianos y externalidades). Pero esos efectos contextuales
eran vistas en su mayoría como meras influencias—residuos que era preciso tener
en cuenta para lograr mejores resultados empíricos, pero que no eran centrales
para el análisis.
Sin embargo, en la práctica la
ciencia social se basaba en una visión particular de la espacialidad, aunque no
era declarada. El conjunto de estructuras espaciales por medio del cual se
organizaban las vidas, según la premisa implícita de los científicos sociales,
eran los territorios soberanos que colectivamente definían el mapa politico del
mundo. Casi todos los filósofos sociales daban por sentado que esas fronteras
politicas determinaban los parámetros espaciales de otras interacciones
clave—la sociedad de la ciencia, la economía nacional del macroeconomista, el
cuerpo politico del politólogo, la nación del historiador. Cada uno de ellos
suponía una congruencia especial fundamental entre los procesos politicos,
sociales y económicos. En ese sentido la ciencia social era claramente una
criatura, si es que no una creación, de los estados, y tomaba sus fronteras
como contenedores sociales fundamentales.
La psicología es un caso
diferente. También aquí la disciplina se separó de la facultad de filosofía tratando
de reconstruirse a sí misma en la nueva forma científica. Sin embargo, su
práctica terminó por definirse no tanto en el campo social sino principalmente
en el campo médico, lo que significaba que su legitimidad dependia de la
estrechez de su asociación con las ciencias naturales. Además los positivistas,
compartiendo la premisa de Comte ("el ojo no puede verse a si
mismo"), empujaron a la psicología en esa dirección. Para muchos la única
psicología que podía aspirar a la legitimidad científica seria una psicología
fisiológica, e incluso química. Así pues, esos psicólogos trataban de ir
"más allá" de la ciencia social para llegar a una ciencia
"biológica", y en consecuencia, en la mayoría de las universidades la
psicología eventualrnente se trasladó de las facultades de ciencias sociales a
las de ciencias naturales.
Desde luego, había formas de
teorización psicológica que ponían el énfasis en el análisis del individuo en
la sociedad, y los llamados psicólogos sociales trataron efectivamente de
permanecer en el campo de la ciencia social; pero en general la psicología no
tuvo éxito en el establecimiento de su plena autonomía institucional y padeció,
frente a la psicología social, el mismo tipo de marginalización que sufrió la
historia económica frente a la economía. En muchos casos sobrevivió al ser
absorbida como subdisciplina dentro de la sociologia. También hubo varios tipos
de psicología social que no fueron positivistas, por ejemplo la
geisteswissenschaftliche (de Windelband) y la psicologia Gestalt. La
teorización más fuerte e influyente en psicologia, la teoría freudiana, que
pudo haber vuelto a esa disciplina hacia una autodefinición como una ciencia
social, no lo hizo por dos razones. Ante todo, porque surgió de la práctica
médica; y en segundo lugar, porque su cualidad inicialmente escandalosa la
convirtió en una especie de actividad de parias, lo que llevó a que los
psicoanalistas crearan estructuras de reproducción institucional totalmente
fuera del sistema universitario. Es posible que eso haya preservado al
psicoanálisis como práctica y como escuela de pensamiento, pero también
significó que dentro de la universidad los conceptos freudianos hallaran lugar
principalmente en departamentos que no eran el de psicologia.
Los estudios legales son el
tercer campo que nunca llegó a ser del todo una ciencia social. Ante todo, ya
existía la facultad de derecho, y su plan de estudios estaba estrechamente
vinculado a su función principal de preparar abogados. Los científicos sociales
nomotéticos veían la jurisprudencia con cierto escepticismo. Les parecía
demasiado normativa y con demasiada poca raíz en la investigación empírica. Sus
leyes no eran leyes cientificas, su contexto parecía demasiado idiográfico. La
ciencia política se aportó del análisis de esas leyes y su historia para
analizar las reglas abstractas que gobernaban el comportamiento político, de
las cuales seria posible derivar sistemas legales adecuadamente racionales.
Hay un último aspecto de la
institucionalización de la ciencia social que es importante señalar. El proceso
tuvo lugar en el momento en que Europa estaba finalmente confirmando su dominio
sobre el resto del mundo. Y eso hizo que surgiera la pregunta obvia: ¿por qué
esa pequeña parte del mundo había podido derrotar a todos sus rivales e imponer
su voluntad a América, África y Asia? Era una gran pregunta y la mayoria de las
respuestas no fueron propuestas en el nivel de los estados soberanos sino en el
nivel de la comparación de "civilizaciones" (como ya lo hablamos advertido
previamente). Lo que había demostrado su superioridad militar y productiva era
Europa en cuanto civilización "occidental», y no Gran Bretaña o Francia o
Alemania, cualquiera que fuese el tamaño de sus imperios respectivos. Ese
interés por el modo en que Europa se expandió hasta dominar el mundo coincidió
con la transición intelectual darwiniana. La secularización del conocimiento
promovida por la ilustración fue confirmada por la teoria de la evolución, y
las teorías darwinianas se extendieron mucho más allá de sus origenes en la
biologia. Aun cuando la fisica newtoniana era el ejemplo predominante en la
metodologia de la ciencia social, la biologia darwiniana tuvo una influencia
muy grande en la teorización social por media de la metaconstrucción
aparentemente irresistible de la evolución, donde se ponia gran énfasis en el
concepto de la supervivencia del más apto.
El concepto de la supervivencia
del más apto fue sometido a mucho uso y abuso, y a menudo fue confundido con el
concepto de éxito en la competencia. Una interpretación, más bien, amplia de la
teoria de la evolución pudo ser utilizada para dar legitimación científica al
supuesto de que la evidente superioridad de la sociedad europea de la época era
la culminación del progreso: teorias del desarrollo social que llegaba a su
culminación en la civilización industrial , interpretaciones whig de la
historia, de terminismo climatológico, sociologia spenceriana. Sin embargo,
esos primeros estudios comparados de civilizaciones no eran tan estadocéntricos
como la ciencia social plenamente institucionalizada, y por eso fueron victimas
del impacto de las dos guerras mundiales, que en conjunto minaron parte del
optimismo liberal sobre el que se habían construido las teorías progresistas de
las civilizaciones. Por eso, en el siglo XX la historia, la antropologia y la
geografia terminaron por marginar completamente lo que quedaba de sus antiguas
tradiciones universalizantes, y la trinidad estadocéntrica de sociologia,
economia y ciencia politica consolidó sus posiciones como núcleo (nomotético)
de las ciencias sociales.
Así, entre 1850 y 1945 una serie
de disciplinas llegó a definirse como un campo del conocimiento al que se le
dio el nombre de "ciencia social". Eso se hizo estableciendo, en las
principales universidades, cátedras, en una primera instancia; luego
departamentos que ofrecian cursos y finalmente títulos en esa disciplina. La
institucionalización de la enseñanza fue acompañada por la institucionalización
de la investigación—la creación de publicaciones especializadas en cada una de
las disciplinas; la construcción de asociaciones de estudiosos según líneas
disciplinarias (primero nacionales, después internacionales); la creación de
colecciones y bibliotecas catalogadas por disciplinas.
Un elemento esencial en ese
proceso de institucionalización de las disciplinas fue el esfuerzo de cada una
de ellas por definir lo que la distinguia de las demás, especialmente lo que la
diferenciaba de cada una de las que parecían estar más próximas en cuanto a
contenido en el estudio de las realidades sociales. A partir de Ranke, Niebuhr
y Droysen, los historiadores afirmaron su relación especial con un tipo
especial de materiales, =specialmente fuentes documentales y textos similares.
Insistieron en que lo que les interesaba era reconstruir la realidad pasada,
relacionándola con las necesidades culturales del presente en forma
interpretativa y hermenéutica, insistiendo en estudiar los fenómenos, incluso
los más complejos, como culturas o naciones enteras, como individualidades y
como momentos (o portes) de contextos diacrónicos y sincrónicos.
Los antropólogos reconstruyeron
los modos de organización social de pueblos muy diferentes de las formas
occidentales. Demostraron que costumbres muy extrañas a los ojos occidentales
no eran irracionales, sino que funcionaban para la preservación y reproducción
de poblaciones. Estudiosos orientalistas estudiaron, explicaron y tradujeron
textos de "grandes" civilizaciones no occidentales y fueron muy
instrumentales en la legitimación del concepto de "religiones
mundiales", lo que fue una ruptura con las visiones cristocéntricas.
La mayoría de las ciencias
sociales nomotéticas acentuaba ante todo lo que las diferenciaba de la
disciplina histórica: su interés en llegar a leyes generales que supuestamente
gobernaban el comportamiento humano, la disposición a percibir los fenómenos
estudiables como casos (y no como individuos), la necesidad de segmentar la
realidad humana pora analizarla, la posibilidad y deseabilidad de métodos
científicos estrictos (como la formulación de hipótesis, derivadas de la
teoria, para ser probadas con los datos de la realidad por medio de
procedimientos estrictos y en lo posible cuantitativos), la preferencia por los
datos producidos sistemáticamente (por ejemplo, los datos de encuestas) y las
observaciones controladas sobre textos recibidos y otros materiales residuales.
Una vez distinguida en esta forma
la ciencia social de la historia idiográfica, los cientificos sociales
nomotéticos—economistas, cientificos políticos y sociólogos—estaban ansiosos
por delinear sus terrenos seporados como esencialmente diferentes unos de otros
(tanto en su objeto de estudio como en su metodologia). Los economistas lo
hacian insistiendo en la validez de un supuesto ceteris paribus para el estudio
de las operaciones del mercado. Los científicos políticos lo hacian
restringiendo su interés a las estructuras formales del gobierno. Los
sociólogos lo hacian insistiendo en un terreno social emergente ignorado por
los economistas y los cientificos sociales.
Puede decirse que todo esto fue
en gran porte una historia exitosa. E1 establecimiento de las estructuras
disciplinarias creó estructuras viables y productivas de investigación,
análisis y enseñanza que dieron origen a la considerable literatura que hoy
consideramos como el patrimonio de la ciencia social contemporánea. Para 1945
la panoplia de disciplinas que constituyen las ciencias sociales estaba
básicamente institucionalizada en la mayoría de las universidades importantes
del mundo entero. En los países fascistas y comunistas había habido resistencia
(a menudo incluso rechazo) hacia esas clasificaciones, pero con el fin de la
segunda guerra mundial las instituciones alemanas e italianas se alinearon
plenamente con el patrón aceptado, los países del bloque soviético hicieron lo
mismo a fines de la década de 1950. Además, pora 1945 las ciencias sociales
estaban claramente distinguidas, por un lado, las ciencias naturales que
estudiaban sistemas no humanos y, por el otro, las humanidades que estudiaban
la producción cultural, mental y espiritual de las sociedades humanas
"civilizadas».
Sin embargo, en el mismo momento
en que las estructuras institucionales de las ciencias sociales parecían estar
por primera vez plenamente instaladas y claramente delineadas, después de la
segunda guerra mundial, las prácticas de los científicos sociales empezaron a
cambiar. Eso debía crear una brecha, que estaba destinada a crecer, entre las
prácticas y las posiciones intelectuales de los científicos sociales, por un
lado, y las organizaciones formales de las ciencias sociales, por el otro.
2. DEBATES EN LAS CIENCIAS
SOCIALES, DE 1945 HASTA EL PRESENTE
Las
disciplinas constituyen un sistema de control en la producción de discurso,
fijando sus límites por media de la acción de una identidad que adopta la forma
de una permanente reactivación de las reglas.
MICHEL
FOUCAULT*
Después de 1945, tres procesos
afectaron profundamente la estructura de las ciencias sociales erigida en los
cien años anteriores. El primero fue el cambio en la estructura política del
mundo. Estados Unidos salió de la segunda guerra mundial con una fuerza
económica abromadora, en un mundo políticamente definido por dos realidades
geopolíticas nuevas: la llamada guerra fría entre Estados Unidos y la URSS y la
reafirmación histórica de los pueblos no europeos del mundo. El segundo se
refiere al hecho de que en los 25 años subsiguientes a 1945, el mundo tuvo la
mayor expansión de su población y su capacidad productiva jamás conocida, que incluyó
una ampliación de la escala de todas las actividades humanas. El tercero fue la
consiguiente expansión extraordinaria, tanto cuantitativa como geográfica, del
sistema universitario en todo el mundo, lo que condujo a la multiplicación del
número de científicos sociales profesionales. Cada una de estas tres realidades
sociales nuevas planteaba un problema para las ciencias sociales, tal como
habían sido institucionalizadas históricamente.
* Michel Foncault, The archaeology of knowledge
and the discourse on language, Nueva York, Pantheon, 1972, p. 224 [La
arqueología del saber, México, Siglo XXI, 1970].
La enorme fuerza de Estados
Unidos, en comparación con todos los demás estados, afectó profundamente la
definición de cuáles eran los problemas más urgentes a enfrentar, y cuáles los
modos más adecuados para enfrentarlos. La abrumadora ventaja económica de
Estados Unidos en los 15-25 años siguientes a la segunda guerra mundial
significaba que, al menos por algún tiempo, la actividad científica social se
desarrollaba principalmente en instituciones estadunidenses en una medida
inusitada, y desde luego eso afectó el modo en que los científicos sociales
definían sus prioridades. Por otra porte, la reafirmación política de los
pueblos no europeos significaba el cuestionamiento de muchos supuestos de la
ciencias sociales, en razón de que reflejaban las tendencias políticas de una
era que ya había terminado, o que por lo menos estaba por terminar.
La expansión desenfrenada de los
sistemas universitarios en el mundo entero tuvo una implicación organizacional
muy concreta: creó una presión social por el aumento de la especialización
debido simplemente al hecho de que los estudiosos buscaban nichos que pudieran
definir su originalidad o por lo menos su utilidad social. El efecto más
inmediato consistió en estimular las intrusiones recíprocas de científicos
sociales en campos disciplinarios vecinos, ignorando en este proceso las varias
legitimaciones que cada una de las ciencias sociales había erigido para justificar
sus especificidades como reinos reservados. Y la expansión económica alimentó
esa especialización proporcionando los recursos que la hicieron posible.
Hubo una segunda implicación
organizacional. La expansión económica mundial implicó un salto cuantitativo en
su escala, tanto para las maquinarias estatales y las empresas económicas, como
para las organizaciones de investigación. Las principales potencias,
estimuladas sobre todo por la guerra fría, empezaron a invertir en la gran
ciencia y esa inversión se extendió a las ciencias sociales. El porcentaje
asignado a las ciencias sociales era pequeño, pero las cifras absolutas eran
muy elevadas en relación con todo lo que habían tenido a su disposición
previamente. Esta inversión económica estimuló una cientificación ulterior y
más completa de las ciencias sociales y su resultado fue el surgimiento de
polos centralizados de desarrollo científico con concentración de información y
de capacidad, y con recursos financieros proporcionados ante todo por Estados Unidos
y otros grandes estados, por fundaciones (en su mayoría basadas en Estados
Unidos), y también en menor medida por empresas transnacionales.
Donde quiera que la
estructuración institucional de las ciencias sociales no era aún completa,
estudiosos e instituciones estadunidenses la estimularon directa e
indirectamente siguiendo el modelo establecido, con particular énfasis en las
tendencias más nomotéticas dentro de las ciencias sociales. La enorme inversión
pública y privada en investigación científica dio a esos polos de desarrollo
científico una ventaja indiscutible sobre las orientaciones que parecían menos
rigurosas y orientadas hacia la política. Así, la expansión económica reforzó
la legitimación mundial en las ciencias sociales de los paradigmas científicos
subyacentes a las realizaciones tecnológicas que lo respaldaban. Sin embargo,
el fin del dominio político de Occidente sobre el resto del mundo significaba
al mismo tiempo el ingreso de voces nuevas al escenario, no sólo de la politica
sino de la ciencia social.
Examinaremos las consecuencias de esos
cambios en el mundo en relación con tres aspectos sucesivos: 1] la validez de
las distinciones entre las ciencias sociales; 2] el grado en que el patrimonio
heredado es parroquial; 3] la utilidad y realidad de la distinción entre las
"dos culturas".
1.
La validez de las distinciones entre las ciencias sociales
A fines del siglo XIX había tres
líneas divisorias claras en el sistema de disciplinas erigido para estructurar
las ciencias sociales. La línea entre el estudio del mundo moderno/civilizado
(historia más las tres ciencias sociales nomotéticas) y el estudio del mundo no
moderno (antropología más estudios orientales); dentro del estudio del mundo
modarno, la línea entre el pasado (historia) y el presente (las ciencias
sociales nomotéticas); dentro de las ciencias sociales nomotéticas, las muy
marcadas líneas entre el estudio del mercado (economía), el estado (ciencia
política) y la sociedad civil (sociología). En el mundo posterior a 1945 todas esas
líneas divisorias fueron cuestionadas.
Probablemente la más notable
innovación académica después de 1945 fue la creación de los estudios de área
como nueva categoría institucional para agrupar el trabajo intelectual. El
concepto apareció por primera vez en Estados Unidos durante la segunda guerra
mundial; fue ampliamente utilizado en Estados Unidos en los diez años
siguientes al fin de la guerra y a continuación se extendió a universidades de
otras partes del mundo. La idea básica de los estudios de área era muy
sencilla: un área era una zona geográfica grande que supuestamente tenía alguna
coherencia cultural, histórica y frecuentemente lingüística. La lista que se
fue formando era sumamente heterodoxa: la URSS, China (o Asia Oriental),
América Latina, el Medio Oriente, África, Asia Meridional, Asia Sudoriental,
Europa Central y Centrooriental y, mucho más tarde, también Europa Occidental.
En algunos paises Estados Unidos (o América del Norte) pasó a ser igualmente
objeto de estudios de área. Por supuesto que no todas las universidades
adoptaron exactamente estas categorias geográficas. Hubo muchas variaciones.
Los estudios de área fueron entendidos
como un campo tanto de estudios como de enseñanza en el que podía reunirse gran
cantidad de personas—principalmente de las diversas ciencias sociales, pero a
menudo también de las humanidades y ocasionalmente incluso de algunas ciencias
naturales—con base en un interés común de trabajar en sus respectivas
disciplinas en torno al "área" determinada, o en parte de ella. Los
estudios de área eran por definición ”multidisciplinarios". Las
motivaciones politicas subyacentes en sus orígenes eran totalmente explícitas.
Estados Unidos, debido a su papel político de dimensión mundial, necesitaba
conocer y por lo tanto tener especialistas acerca de las realidades actuales de
esas regiones, especialmente en el momento en que esas regiones tenían cada vez
más actividad política. Los programas de estudios de área fueron diseñados para
preparar especialistas de ese tipo igual que subsiguientes programas paralelos,
primero en URSS y Europa Occidental y después en muchas otras partes del mundo
(por ejemplo Japón, India, Australia y varios paises latinoamericanos).
Los estudios de área reunían en una
estructura (por lo menos durante una parte de su vida intelectual) a personas
cuyas afiliaciones disciplinarias cortaban transversalmente las tres líneas
divisorias que mencionamos antes. Los historiadores y los científicos sociales
nomotéticos se encontraban frente a frente con antropólogos y estudiosos
orientalistas; los historiadores se enfrentaban a los cientifícos sociales
nomotéticos y cada tipo de científico social nomotético se enfrentaba con todos
los demás. Además habla ocasionalmente algunos geógrafos, historiadores del arte,
estudiosos de literaturas nacionales, epidemiologistas y hasta geólogos. Esas
personas se unían para crear planes de estudio, eran miembros de los comités de
doctorado de los demás estudiantes, asistían a las conferencias de los
especialistas en algún área, leían los libros de los demás y publicaban en
nuevas publicaciones transdisciplinarias especializadas en las distintas áreas.
Cualquiera que haya sido el valor
intelectual de esta fertilización cruzada, las consecuencias organizacionales
que tuvo para las ciencias sociales fueron enormes. Aunque los estudios de área
se presentaban en el aspecto restringido de la multidisciplinariedad (concepto
que ya se había discutido en el periodo de entreguerra), su práctica ponía de
manifiesto el hecho de que había una dosis considerable de artificialidad en
las nítidas separaciones institucionales del conocimiento de las ciencias
sociales. Los historiadores y los científicos sociales nomotéticos emprendieron
por primera vez (por lo menos en cantidad considerable) el estudio de áreas no
occidentales. Esa intrusión en el mundo no occidental de disciplinas antes
orientadas hacia el estudio del mundo occidental minó la lógica de los
argumentos antes utilizados para justificar la separación de campos llamados
etnografáa y estudios orientales. Parecía implicar que los métodos y los
modelos de la historia y de la ciencias sociales nomotéticas podían ser
aplicados tanto a regiones no occidentales como a Europa/ Norteamérica. En los
siguientes veinte años los antropólogos empezaron a renunciar a la etnografía
como actividad definitoria y buscaron otras alternativas para su campo. Los
orientalistas fueron más allá y abandonaron hasta el nombre, fundiéndose en
diversos departamentos de historia, filosofia, estudios clásicos y religión,
así como en los recién creados departamentos de estudios culturales regionales,
que cubrían tanto la producción cultural contemporánea como los textos que los
orientalistas estudiaban tradicionalmente.
Los estudios de área afectaron también
la estructura de los departamentos de historia y las tres ciencias sociales
nomotéticas. Para la década de 1960 un número considerable de docentes de esos
departamentos ya se había comprometido, a realizar su trabajo empírico en torno
a áreas no occidentales del mundo. Ese porcentaje era mayor en historia y menor
en economía, con la ciencia política y la sociología entre ambos extremos. Eso
significaba que las discusiones internas dentro de esas disciplinas
inevitablemente fueron afectadas por el hecho de que los datos que se
discutían, los cursos que los estudiantes debían tomar y los objetos de
investigación legítimos se habían ampliado enormemente en términos geográficos.
Si sumamos a esa expansión geográfica del objeto de estudio la expansión
geográfica de las fuentes de reclutamiento de los estudiosos, se puede decir
que la situación social dentro de las instituciones de conocimiento sufrió una
evolución significativa en el periodo posterior a 1945.
La desintegración de la segregación
intelectual entre el estudio de Occidente y las áreas no occidentales planteó
una cuestión intelectual fundamental, con algunas connotaciones políticas muy
importantes. Ontológicamente ¿las dos zonas eran idénticas o eran diferentes?
La suposición antes predominante establecía que eran suficientemente diferentes
como para requerir disciplinas de ciencias sociales diferentes para su estudio.
¿Debíamos ahora suponer lo contrario, que no había diferencia de ningún tipo
que justificara una forma especial de análisis para el mundo no occidental? Los
científicos sociales nomotéticos discutían si las generalizaciones (leyes) que
ellos habían ido estableciendo eran igualmente aplicables al estudio de las
áreas no occidentales. Para historiadores más idiográficos, el debate se
planteaba en forma de una pregunta que se formulaba muy seriamente: ¿tiene
historia África?, ¿o sólo las "naciones históricas" tienen historia?
La respuesta intelectual a esas
preguntas fue esencialmente un compromiso incierto, y podría resumirse
argumentando que analíticamente las áreas no occidentales eran iguales a las
áreas occidentales, ¡pero no del todo! La principal forma que el argumento
adoptó fue la teoría de la modernización, que por supuesto se basó en muchas
discusiones y premisas (explícitas e implícitas) de la literatura anterior de
las ciencias sociales, pero en definitiva la literatura de la modernización
adoptó una forma particular y, como literatura de la modernización, pasó a ser
muy importante en la teorización de la ciencia social. La tesis fundamental era
la de que existe un camino modernizante común para todas las
naciones/pueblos/áreas (es decir que son todos lo mismo) pero las
naciones/pueblos/áreas se encuentran en etapas diferentes de ese camino (por lo
tanto no son del todo iguales). En términos de política pública eso se tradujo
en una preocupación a escala mundial por el "desarrollo", término
definido como el proceso por el cual un país avanza por el camino universal de
la modernización. Desde el punto de vista organizacional, la preocupación por
la modernización/desarrollo tendió a agrupar a las múltiples ciencias sociales
en proyectos comunes y en una posición común frente a las autoridades públicas.
El compromiso politico de los estados con el desarrollo pasó a ser una de las
grandes justificaciones pora invertir fondos públicos en la investigación de
las ciencias sociales.
La modernización/desarrollo tenía la
característica de que ese modelo se podía aplicar también a las zonas
occidentales, interpretando el desarrollo histórico del mundo occidental como
la progresiva y precoz realización de la modernización. Eso proporcionó a los
científicos sociales nomotéticos, antes orientados hacia el presente, una base
para empezar a hallar una justificación para utilizar datos que no eran contemporáneos,
a pesar de que esos datos eran más incompletos; y al mismo tiempo los
historiadores empezaban a preguntarse si algunas de las generalizaciones
propuestas por los científicos sociales nomotéticos no podrían ayudar a
elucidar su comprensión (e incluso su comprensión hermenéutica) del pasado. El
intento de cerrar la brecha entre la historia idiográfica y la ciencia social
nomotética no se inició en 1945, sino que tiene una trayectoria anterior. El
movimiento llamado "new history" ocurrido en Estados Unidos a
comienzos del siglo XX y los movimientos en Francia (Annales y sus
predecesores) fueron explícitamente intentos de ese tipo. Sin embargo, fue sólo
después de 1945 cuando esos intentos empezaron a encontrar apoyo sustancial
entre los historiadores.
En realidad, la búsqueda de
cooperación estrecha e incluso mezcla entre (partes de) la historia y (partes
de) las ciencias sociales sólo llegó a ser un fenómeno muy notorio y notado en
la década de 1960. En la historia ganó algún terreno la convicción de que el
perfil recibido de la disciplina ya no llenaba del todo las necesidades
modernas. Los historiadores habían tenido mejores resultados en el estudio de
la política pasada que en el de la vida social y económica del pasado. Los
estudios históricos tendían a concentrarse en los acontecimientos y en los
motivos de individuos e instituciones, y no estaban tan bien equipados para
analizar los procesos y estructuras más anónimos localizados en la longue
durée. Al parecer, las estructuras y los procesos habían sido descuidados, pero
todo eso se modificaría al ampliar el alcance de los estudios históricos: más
historia social y económica, por derecho propio y como clave para comprender a
la historia en general.
Se proponían cambios fundamentales en
la disciplina de la historia con ayuda de las vecinas ciencias sociales. Las
ciencias sociales tenían instrumentos que podían contribuir al estudio de
dimensiones del pasado que estaban "por debajo" o "detrás"
de las instituciones, ideas y acontecimientos históricos (dimensiones como el
cambio económico, el crecimiento demográfico, la desigualdad y la movilidad
sociales, las actitudes y los comportamientos de masas, la protesta social y
los patrones de votación), instrumentos que el historiador no tenía: métodos
cuantitativos, conceptos analíticos tales como clase, expectativas de papel o
discrepancia de estatus; modelos de cambio social. Ahora algunos historiadores
intentaban utilizar "datos masivos" como los registros de matrimonio,
los resultados electorates y la documentación fiscal, y para eso era
indispensable volverse hacia las ciencias sociales. A medida que la historia (y
la antropología) se fue abriendo cada vez más a la investigación cuantitativa,
surgió un proceso de refuerzo circular: el dinero, el número de estudiantes y
la legitimidad social se alimentaban mutuamente y fortalecían el sentido de
autoconfianza en la justificación intelectual de las construcciones
conceptuales de la ciencia social.
A veces la búsqueda de cambio en la
disciplina histórica iba de la mano con el deseo de emprender una crítica
social y cultural. Se sostenía que los historiadores habían puesto demasiado
énfasis en el consenso y el funcionamiento de las instituciones, subestimando
el conflicto, la desposesión y las desigualdades de clase, de etnia y de
género. La crítica de los paradigmas recibidos se combinó con el desafío a las
autoridades establecidas dentro y fuera de la profesión. A veces, como en
Alemania, la actitud revisionista reforzó el viraje de los historiadores hacia
las ciencias sociales. El empleo de conceptos analíticos y enfoques teóricos en
sí era una forma de expresar oposición al paradigrna "historicista"
establecido que acentuaba enfoques hermenéuticos y de lenguaje lo más cercanos
posibles a las fuentes. Algunas tradiciones de las ciencias sociales parecían
ofrecer instrumentos específicos para desarrollar una historia
"crítica" o más bien una "ciencia social histórica
crítica". Pero en otros países, como Estados Unidos, que no sólo tenían
otras tradiciones menos "historicistas" en historia, sino además una
tradición menos crítica en las ciencias sociales, los historiadores
revisionistas radicales fueron menos atraídos por los enfoques de las ciencias
sociales.
La economía, la sociología y las
ciencias politicas florecieron en el período de posguerra beneficiándose del
reflejo de la gloria de las ciencias naturales; su gran prestigio e influencia
fueron otra razón por la que muchos historiadores se interesaron en utilizar
sus trabajos. Al mismo tiempo algunos científicos sociales estaban empezando a
ingresar a reinos antes reservados a los historiadores. Sin embargo, esa
expansión de las ciencias social es nomotéticas hacia la historia adoptó formas
muy diferentes. Por un lado, la aplicación de teorías, modelos y procedimientos
relativamente específicos y estrechos de las ciencias sociales a datos sobre el
pasado (y a veces incluso del pasado)—por ejemplo estudios de patrones de
votación, movilidad social y crecimiento económico. Esos datos fueron manejados
igual que otras variables o indicadores en las ciencias sociales empíricas, es
decir fueron uniformados (series de tiempo), aislados y correlacionados. A
veces esta actividad se definía como "social science history". Esos
científicos sociales estaban expandiendo los territorios de los que extraían
sus datos, pero no consideraban necesario ni deseable modificar sus
procedimientos en modo alguno, y ciertamente no se transformaron en
historiadores tradicionales. La mayoría de ellos no esperaba encontrar, ni
encontró, en el pasado nada muy diferente. Más bien los datos sobre el pasado
parecían corroborar o cuando mucho modificar ligeramente las leyes generales
que eran su principal interés. Sin embargo, a veces los resultados de ese
trabajo llegaron a ser muy importantes para los historiadores y contribuyeron a
darles una mejor comprensión del pasado.
Paralelamente, algunos otros
científicos sociales hacían un viraje muy diferente hacia la historia, los que
estaban interesados en describir y explicar el cambio social en gran escala,
según la tradición a veces weberiana y a veces marxiana, y a menudo desde
posiciones intermedias; y los que produjeron varios tipos de lo que llegó a ser
conocido como "sociologia histórica". Criticaban el ahistoricismo de
sus colegas, que según ellos habían perdido contacto con muchas de las mejores
tradiciones anteriores de las ciencias sociales. El trabajo que hacían era
menos "cientista" y más "historicista". Tomaban muy
seriamente contextos históricos especificos y colocaban el cambio social en el
centro de la historia que relataban. Sus obras no apuntaban principalmente a
probar, modificar y formular leyes (por ejemplo de modernización), sino que más
bien utilizaban reglas generales para explicar fenómenos complejos y cambiantes
o interpretarlos a la luz de esos patrones generales. En la décacla de 1960 esa
crítica del ahistoricismo empezó a ser expresada coda vez más por jóvenes
científicos sociales en trance de pasar a la crítica social, jóvenes cuya
crítica de la "corriente principal" o mainstream de las ciencias
sociales incluía la afirmación de que habian pasado por alto el carácter
central del cambio social, favoreciendo una mitología del consenso, y que
habían mostrado una seguridad ingenuo e incluso arrogante al aplicar conceptos
occidentales al análisis de fenómenos y culturas muy diferentes.
En el caso de la "historia
ciencia social", los cientificos sociales se desplazaban hacia la historia
como consecuencia de la lógica de la dinámica expansiva de sus disciplinas. No
buscaban tanto "cerrar la brecha" con la historia como adquirir bases
de datos más amplias. No era ése el caso de los "sociólogos
históricos", cuyo trabajo incluía la critica de las metodologías
predominantes. Similares motives tenían muchos de los historiadores que defendían
el uso de técnicas y generalizaciones de las ciencias sociales. Había
convergencia entre los escritos de los científicos sociales históricos (o
historizantes) y los de los historiadores "estructuralistas", la cual
alcanzó su máximo en la década de 1970, aunque generalmente subsistían algunas
diferencias de estilo: proximidad a las fuentes, nivel de generalización, grado
de presentación narrativa e incluso técnicas de presentación de las notas de
pie de página.
Ese movimiento hacia una cooperación
más estrecha entre la historia y las demás ciencias sociales no pasó, sin
embargo, de ser un fenómeno de minoría. Por otra parte, además de la discusión
entre historia y sociología parecía haber otras discusiones separadas sobre la
historia en cada una de las otras ciencias sociales: la economía (por ejemplo
la "nueva historia económica»), las ciencias políticas (por ejemplo el
"nuevo institucionalismo"), la antropología ("antropologia
histórica") y la geografia ("geografia histórica"). En todos
esos campos parte de esa convergencia se produjo en la forma de una simple
expansión del campo de datos de una tradición particular de ciencia social, y
una parte de ella adoptó la forma de reapertura de problemas metodológicos
fundamentales.
La superposición creciente entre las
tres ciencias sociales nomotéticas tradicionales—economia, ciencia política y
sociologia—tenía una carga de controversia menor. A la cabeza de esto
estuvieron los sociólogos, que desde la década de 1950 convirtieron en
subcampos normales e importantes dentro de la disciplina tanto la
"sociología política" como la "sociologia económica". Los
científicos sociales los siguieron, ampliando sus intereses más allá de las
instituciones gubernamentales formales, redefiniendo su objeto de estudio para
incluir todos los procesos sociales que tienen implicaciones o intenciones
politicas: el estudio de los grupos de presión, los movimientos de protesta y
las organizaciones comunitarias. Y cuando algunos científicos sociales críticos
revivieron el uso del término "economia politica" otros científicos
políticos menos críticos respondieron tratando de dar tanto al término como a
su objeto de estudio un sabor más clásicamente nomotético. Sin embargo el
resultado común fue que los científicos políticos pasaron a preocuparse más por
lo procesos económicos. Para los economistas el predominio de las ideas de
Keynes en la posguerra inmediata revivió la preocupación por la
"macroeconomía", con lo que la línea divisoria con la ciencia
política perdió algo de claridad, puesto que el objeto de análisis era en gran
parte la política de los gobiernos y los organismos intergubernamentales. Más
adelante algunos economistas no keynesianos empezaron a defender los méritos de
los modalos analíticos económicos neoclásicos para el estudio de temas
tradicionalmente considerados sociológicos, como la familia o las desviaciones
sociales.
El nivel de compromiso de las tres
disciplinas con las técnicas cuantitativas e incluso con los modelos
matemáticos fue aumentando en los años inmediatamente posteriores a la guerra.
Sus respectivos enfoques metodológicos fueron diferenciándose cada vez menos.
Cuando la crítica social empezó a alimentar los debates internos de esas
disciplinas, las limitaciones que los científicos sociales críticos encontraban
dentro de cada disciplina, dentro de las doctrinas positivistas prevalecientes
en su disciplina, parecían ser las mismas para todos. Una vez más no vale la
pena exagerar. Organizativamente las tres disciplinas se mantuvieron totalmente
separadas, y no faltaban las voces que defendían esa separación; sin embargo a
lo largo de los años, tanto en la versión mainstream como en la versión crítica
de cada una de las disciplinas, comenzó a haber en la práctica una creciente
superposición del objeto de estudio y de la metodologia de las tres disciplinas
nomotéticas.
Las múltiples superposiciones entre
las disciplinas tuvieron una consecuencia doble. No sólo se hizo cada vez más
difícil hallar líneas divisorias claras entre ellas, en términos del campo de
sus estudios o el modo en que trataban los datos, sino que además ocurrió que
cada una de las disciplinas se fue volviendo cada vez más heterogénea a medida
que los límites de los objetos de investigación aceptables se iban estirando.
Eso condujo a un cuestionamiento interno considerable en torno a la coherencia
de las disciplinas y la legitimidad de las premisas intelectuales que cada una
de ellas había utilizado para defender su derecho a una existencia separada.
Una manera de manejar esto fue el intento de crear nuevos nombres
"interdisciplinarios", como, por ejemplo, estudios de la
comunicación, ciencias administrativas y ciencias del comportamiento.
Muchos consideraron que el creciente
énfasis en la multidisciplinariedad era expresión de la flexible respuesta de
las ciencias sociales a problemas que había encontrado y a objeciones
intelectuales planteadas acerca de la estructuración de las disciplinas. Para
ellos, la convergencia entre partes de las ciencias sociales y partes de la
historia hacia una ciencia social más amplia ha sido un enfoque creativo, que
incluyó una fertilización cruzada muy fructífera y que merece ser continuada y
desarrollada. Otros manifiestan menos entusiasmo por los resultados obtenidos.
Para ellos la concesión de la "interdisciplinariedad" ha servido
tanto para rescatar la legitimidad de las disciplinas existentes como para
superar a la lógica, cada vez más disminuida, y su separación. Estos últimos
pedían una reconstrucción más radical con el objeto de superar lo que percibían
como confusión intelectual.
Cualquiera que sea nuestro juicio
sobre la muy clara tendencia hacia el tema de la multidisciplinariedad, las
consecuencias organizacionales porecen ser evidentes. Entre 1850 y 1945 el
número de nombres utilizados para clasificar la actividad de conocimiento en
las ciencias sociales se fue reduciendo constantemente hasta terminar con una
lista relativamente corta de nombres aceptados para distintas disciplinas. En
cambio, después de 1945 la curva se movió en dirección contraria con la
constante aparición de nuevos nombres que luego buscaban bases institucionales
adecuadas: nuevos programas o incluso nuevos departamentos en las
universidades, nuevas asociaciones de estudiosos; nuevos periódicos; y nuevas
categorías en la clasificación de los libros en las bibliotecas.
La validez de las distinciones entre
las ciencias sociales fue probablemente el mayor foco del debate crítico en las
décadas de 1950 y 1960. Hacia el fin de la década de 1960, y luego muy
claramente en la de 1970, pasaron al primer plano otras dos cuestiones que
habían surgido en el periodo de posguerra: el grado en que las ciencias
sociales (y en realidad todo conocimiento) eran "eurocéntricas" y por
lo tanto el grado en que el patrimonio heredado de las ciencias sociales puede
ser considerado porroquial; y el grade en que la arraigada división del
pensamiento moderno en las "dos culturas" era un moda útil de
organizar la actividad intelectual. A continuación nos remitimos a esas dos
cuestiones.
2. El grado en que el patrimonio
heredado es parroquial
La afirmación de universalidad, con
más o menos calificaciones —relevancia universal, aplicabilidad universal,
validez universal—, no puede faltar en la justificación de las disciplinas
académicas: es parte de los requisitos para su institucionalización. La
justificación puede hacerse sobre bases morales, prácticas, estéticas,
políticas, o alguna combinación de todas ellas, pero todo el conocimiento
institucionalizado avanza sobre la premisa de que las lecciones del caso presente
tienen importancia para el próximo caso y que la lista de casos potenciales es,
para cualquier fin práctico, interminable. Por supuesto que las afirmaciones de
este tipo rara vez convencen de una vez y para siempre. Las tres divisiones
principales del conocimiento contemporáneo (humanidades, ciencias naturales y
ciencias sociales), asi como las disciplinas que se consideran componentes de
cada una de ellas, han luchado continuamente en una serie de frentes
diferentes—intelectual, ideológico y político—para mantener sus distintas
afirmaciones de universalidad. Esto se debe a que todas esas afirmaciones son
desde luego históricamente especificas, concebibles únicamente desde dentro de
determinado sistema social, impuesto siempre por medio de instituciones y
prácticas históricas y, en consecuencia, perecedero.
El universalismo de cualquier
disciplina—o de grandes grupos de disciplinas—se basa en una mezcla particular
y cambiante de afirmaciones intelectuales y prácticas sociales. Esas
afirmaciones y prácticas se alimentan mutuamente y son reforzadas a su vez por
la reproducción institucional de la disciplina o división. El cambio en la
mayoría de los casos adopta la forma de adaptación, una afinación continua,
tanto de las lecciones universales supuestamente transmitidas, como de los
modos de esa transmisión. Históricamente esto significa que una vez
institucionalizada una disciplina sus afirmaciones universalistas son difíciles
de desafiar con éxito, independientemente de cuál sea su plausibilidad intelectual
presente.
La expectativa de universalidad, por
muy sincera que sea su persecución, no ha sido satisfecha hasta ahora en el
desarrollo histórico de las ciencias sociales. En los últimos años los críticos
han denunciado severamente los fracasos y las inadecuaciones de las ciencias
sociales en esa búsqueda. Las criticas más extremas han insinuado que la
universalidad es un objetivo inalcanzable, pero la mayoría de los cientificos
sociales todavia cree que es un objetivo plausible y digno de perseguir a pesar
de que hasta ahora las ciencias sociales han sido parroquiales en un grado
inaceptable. Algunos podrian argumentar que las criticas recientemente
formuladas por grupos antes excluidos, incluso del mundo de la ciencia social,
están creando las condiciones que harán posible el verdadero universalismo.
En muchas formas los problemas más
severos han sido los relacionados con las tres ciencias sociales nomotéticas.
Al tomar como modelo a las ciencias naturales, alimentaron tres tipos de
expectativas que han resultado imposibles de cumplir tal como se había
anunciado en forma universalista: una expectativa de predicción, y una
expectativa de administración, ambas basadas a su vez en una expectativa de
exactitud cuantificable. A veces se pensaba que los puntos más debatidos en el
campo de las humanidades estaban relacionados con las preferencias subjetivas
del investigador, pero las ciencias sociales nomotéticas se construyeron sobre
la premisa de que las realizaciones sociales se pueden medir y que es posible
el acuerdo universal sobre las medidas mismas.
Ahora podemos ver retrospectivamente
que la apuesta a que las ciencias sociales nomotéticas eran capaces de producir
conocimiento universal era realmente muy arriesgada. Porque a diferencia del
mundo natural definido por las ciencias naturales, el dominio de las ciencias
sociales no sólo es un dominio en que el objeto de estudio incluye a los
propios investigadores sino que es un dominio en el que las personas estudiadas
pueden dialogar o discutir en varias formas con esos investigadores. Las
cuestiones debatidas en las ciencias naturales normalmente se resuelven sin
necesidad de recurrir a las opiniones del objeto de estudio. En cambio la gente
(o los descendientes de la gente) estudiada por los científicos sociales ha ido
entrando cada vez más en la discusión, por voluntad de los investigadores o no,
e incluso en muchos casos en contra de éstos. Esa intrusión ha ido adoptando
cada vez más la forma de un desafío contra las pretensiones universalistas.
Voces disidentes—especialmente (pero no únicamente) feministas—cuestionaron la
capacidad de las ciencias sociales para explicar la realidad de ellas. Parecían
decir a los investigadores: "Es posible que tu análisis sea apropiado para
tu grupo, pero simplemente no encaja con mi caso." O bien los disidentes,
en un cuestionamiento aún más amplio, enfrentaban el propio principio de
universalidad alegando que lo que las ciencias sociales presentaban como
aplicable al mundo entero en realidad representaba sólo las opiniones de una
pequeña minoría de la humanidad. Además sostenian que las opiniones de esa
minoría habían llegado a dominar el mundo del conocimiento simplemente porque
esa minoría también dominaba el mundo fuera de las universidades.
El escepticismo acerca de las virtudes
de las ciencias sociales como interpretaciones no tendenciosas del mundo humano
fue anterior a su institucionalización y apareció en las obras de intelectuales
occidentales prominentes desde Herder y Rousseau hasta Marx y Weber. En muchas
formas, las actuales denuncias de esas disciplinas como
eurocéntricas/machistas/burguesas en cierta medida son una mera repetición de
criticas anteriores, tanto implicitas como explícitas, formuladas por
practicantes de la disciplina y por personas ajenas a ella, pero antes esas
críticas habian sido, en gran parte, ignoradas.
El hecho de que las ciencias sociales
construidas en Europa y Estados Unidos durante el siglo XIX fueran
eurocéntricas no debe asombrar a nadie. El mundo europeo de la época se sentía
culturalmente triunfante y en muchos aspectos lo era. Europa había conquistado
el mundo tanto politico como económicamente, sus realizaciones tecnológicas
fueron un elemento esencial de esa conquista y parecía lógico adscribir la
tecnologia superior a una ciencia superior y a una superior visión del mundo.
Parecia plausible identificar el éxito de Europa con el impulso hacia el
progreso universal. El periodo entre 1914 y 1945 fue de shock, pues parecia
desmentir las afirmaciones occidentales de progreso moral, pero en 1946 el
mundo occidental cobró nuevos ánimos. El desafío a la universalidad cultural de
las ideas occidentales sólo empezó a ser tomado en serio cuando el dominio
politico de Occidente enfrentó los primeros desafíos significativos después de
1945, y cuando el Asia Oriental llegó a ser una nueva sede de actividad
económica sumamente fuerte en la década de 1970. Además ese desafío no provenía
únicamente de los que se sentían excluidos de los análisis de las ciencias
sociales sino que se originaba también dentro de las ciencias sociales
occidentales. Las dudas de Occidente sobre si mismo, que antes sólo existían en
una pequeña minoría, ahora eran mucho mayores.
Es pues en el contexto de cambios en
la distribución del poder en el mundo cuando llegó al primer plano el problema
del parroquialismo cultural de las ciencias sociales tal como se habían
desarrollado históricamente. Representaba el correlato civilizatorio de la
pérdida del dominio politico y económico indiscutido de Occidente en el mundo.
Sin embargo la cuestión civilizatoria no adoptó la forma de un conflicto
directo: las actitudes eran profundamente ambiguas y los estudiosos, tanto
occidentales como no occidentales, nunca formaron grupos con posiciones
unificadas en torno a la cuestión (posiciones opuestas a fortiori a las de otro
grupo). Organizacionalmente, los vínculos entre ellos eran complejos. Muchos
estudiosos no occidentales habían estudiado en universidades occidentales y
muchos más se sentían comprometidos con epistemologías , metodologias y
teorizaciones asociadas con estudiosos occidentales. Por el contrario, había
algunos científicos occidentales, desde luego muy pocos, que conocían
profundamente el pensamiento actual de los científicos sociales no occidentales
y habían recibido profundas influencias de ellos.
En conjunto, en el periodo 1945-1970
las opiniones científico-sociales predominantes en Europa y Estados Unidos
siguieron siendo dominantes también en el mundo no occidental. En realidad, en
ese periodo las ciencias sociales académicas tuvieron un crecimiento
considerable en el mundo no occidental, a menudo bajo la éjida o con la ayuda
de instituciones occidentales que predicaban la aceptación de las disciplinas
desarrolladas por ellas en Occidente como universalmente normativas. Los
científicos sociales tienen misiones, igual que los líderes politicos o
religiosos; buscan la aceptación universal de determinadas prácticas en la
creencia de que eso maximize la posibilidad de alcanzar ciertos fines, tales
como conocer la verdad. Bajo la bandera de la universalidad la ciencia intenta
definir las formas de conocimiento que son científicamente legítimas y las que
quedan fuera de la aceptabilidad. Dado que las ideologias dominantes se
definían a sí mismas como reflejo y encarnación de la razón tanto para presidir
la acción como para determinar paradigmas supuestamente universales, rechazar
esa opinión era considerado como elegir la "aventura" en contra de
las "ciencias" y parecía implicar la opción por la incertidumbre en
contra de la certeza intelectual y espiritual. Durante ese periodo, las
ciencias sociales occidentales continuaron disfrutando de una posición sociál
fuerte y utilizaron su ventaja económica y su preeminencia espiritual para
propagar sus opiniones como ciencia social ejemplar. Además, esa misión de la
ciencia social occidental resultó enormemente atractiva para los científicos
sociales de todo el mundo, para los cuales adoptar esas opiniones y prácticas
aparecía como unirse a una comunidad universal de científicos.
El desafío al parroquialismo de la
ciencia social desde fines de los años sesenta fue inicialmente, y quizá
fundamentalmente, un desafío a su afirmación de representar el universalismo.
Los críticos sostuvieron que en realidad era parroquial. Esa crítica fue hecha
por las feministas que desafiaban la orientación machista, por los diversos
grupos que desafiaban el eurocentrismo y más tarde por muchos otros grupos que
cuestionaban otras tendencies que percibían como inherentes a las premisas de
las ciencias sociales. Los detalles históricos diferían, pero la forma de los
argumentos tendía a ser paralela: demostraciones de la realidad del prejuicio;
afirmaciones acerca de sus consecuencias, en términos de tópicos de
investigación y objetos estudiados; la estrechez histórica de la base social de
reclutamiento de los investigadores , y el cuestionamiento de la base
epistemológica de los análisis.
Al analizar estas críticas es
importante distinguir el desafío epistemológico del desafío politico, aún
cuando para muchas personas de ambos lados del debate intelectual los dos
estaban vinculados. El desafío politico se refería al reclutamiento del
personal (estudiantes y profesores) dentro de las estructuras universitarias
(he iba unido a un desafío similar en el mundo politico más amplio). Se
sostenia que había grupos de todas clases "olvidados" por las
ciencias sociales—las mujeres, los pueblos no occidentales en general, grupos
de "minorías" dentro de los países occidentales, y otros grupos
históricamente definidos como marginales en lo politico y en lo social.
Uno de los argumentos principales
presentados para terminar con las exclusiones de personal en las estructuras
del conocimiento fueron sus potenciales implicaciones para la adquisición de
conocimiento válido. En el nivel más simple se decía que la mayoría de los
científicos sociales de los últimos 200 años se habían estudiado a sí mismos,
como quiera que se definieran; e incluso los que estudiaban a "otros"
tendían a definir a los otros como reflexiones de sí mismos o en contraste
consigo mismos. De ahí se desprendía claramente la solución propuesta: si
ampliamos los alcances del reclutainiento de la comunidad académica,
probablemente se ampliará también el campo de los objetos de estudio. Y así
resultó efectivamente, como puede verse mediante una rápida comporación de los
títulos de los trabajos presentados a las conferencias académicas actuales o
los títulos de los libros que se publican actualmente con listas equivalentes
de la década de 1950. Esto fue en parte un resultado natural de la expansión
cuantitativa del número de científicos sociales y la necesidad de hallar nichos
de especialización, pero también fue claramente consecuencia de las presiones
por establecer una base social mas amplia de reclutamiento de estudiosos y una
legitimación cada vez mayor de nuevas áreas de investigación.
El desafío al parroquialismo, sin
embargo, ha ido más hondo que la cuestion de los origenes sociales de los
investigadores. Las "voces" nuevas entre los científicos sociales planteaban
cuestiones teóricas que iban mas allá de la cuestión de los tópicos o los temas
de estudio legítimos, e incluso más alla del argumento de que las evaluaciones
son diferentes si se hacen desde perspectivas diferentes. El argumento de esas
voces nuevas era también que el razonamiento teórico de las ciencias sociales
(y sin ducla tamhién el de las ciencias naturales y el de las humanidades)
contenía presupuestos que en muchos casos incorporaban prejuicios o modos de
razonamiento a priori que no tenían justificación teórica ni empfrica, y que
era preciso elucidarlos, analizarlos y remplazarlos por premisas más
justificables.
En este sentido esas demandas formaban
porte de una demanda general pora abrir las ciencias sociales. Eso no significa
que todas- las nuevas proposiciones adelantadas en nombre de nuevas
teorizaciones fueran correctas o justificables; lo que si significa es que la
empresa de inspeccionar nuestras premisas teóricas en busca de supuestos a
priori no justificados es eminentemente válida y constituye, en muchos
sentidos, una prioridad para las ciencias sociales en la actualidad. Esos
nuevos modos de análisis exigen el uso de la investigación, el análisis y el
razonamiento pora emprender una reflexión en torno al lugar y el peso de la diferencia
(raza, género, sexualidad, clase) en nuestra teorización.
En 1978, Engelbert Mveng, catedrático
africano escribió un artículo titulado "De la sumisión a la sucesión"
en el que decía: "Hoy el Occidente concuerda con nosotros en que el camino
hacia la verdad pasa por numerosos caminos distintos de los de la lógica
aristotélica o thomista o de la dialéctica hegeliana. Pero es necesario
descolonizar las propias ciencias sociales y humanas."6 El
reclamo de inclusión, el reclamo de elucidación de las premisas teóricas ha
sido un reclamo de descolonización, es decir, de transformación de las
relaciones de poder que crearon la forma porticular de institucionalización de
las ciencias sociales que hemos conocido hasta ahora.
Las diferentes teorías de la
modernización identificaron los aspectos de las sociedades tradicionales que
contrastan con los de la sociedad moderna, pero en el proceso tendieron a pasar
por alto la complejidad de sus respectivos ordenamientos infernos. Existen
visiones alternativas de conceptos tan fundamentales para las ciencias sociales
como poder e identidad. En una serie de discursos no occidentales pueden
detectarse concepciones y lógicas que proponen que el poder es transitorio e
irreal, o que la legitimación debe provenir del contenido sustantivo y no del
procedimiento formal. Por ejemplo la aplicación del budismo mahayana del
concepto de “maya" referido al estado, los poderosos y los clones
dirigentes desmiente la omnipresencia de la lógica del poder que predomina en
los discursos monoteístas. El concepto taoísta del "camino" legítimo
(too) entiende la legitimación como una asociación existencial con las
realidades caóticas, más allá de la legitimación burocrática del confucianismo.
En cuanto a la identidad, los adeptos del budismo mahayánico creen que la
identidad no es absoluta y siempre debe ser acompañada por una aceptación de
las otras comunidades. En el Caribe (y en otras regiones afroamericanas) las
fronteras entre las formas lingüísticas religiosas y musicales, por un lado, y
las categorías etnorraciales, por el otro, siempre han sido muy fluidas y los
individuos las cruzan con bastante facilidad. Algunos científicos sociales
occidentales han descrito peyorativamente la generación de una considerable
cantidad de casos de identidad múltiple, pero las poblaciones locales tienden a
verlos como una ventaja en lugar de un obstáculo.
Lo que importa aquí no es
examinar los méritos de distintas visiones del poder o de la identidad sino más
bien sugerir la necesidad de que las ciencias sociales coloquen este debate en
los cimientos mismos de sus construcciones analíticas. Si la ciencia social es
un ejercicio en la búsqueda de conocimiento universal, entonces lógicamente no
puede haber "otro", porque el "otro" es parte de
"nosotros", ese nosotros al que estudiamos, ese nosotros que hace el
estudio.
En suma, universalismo y
particularismo no son necesariamente opuestos. ¿Cómo podemos ir más allá de ese
marco limitante? Las tensiones entre universalismo y particularismo no son un
descubrimiento nuevo sino el centro de un debate que en los últimos doscientos
años ha reaparecido de muchas formas diferentes en las ciencias sociales. El
universalismo ha sido atacado como una forma de particularismo disfrazada, y
bastante opresiva. Es un hecho que hay algunas cosas que son universalmente
ciertas, el problema es que los que tienen el poder social tienen una tendencia
natural a ver la situación actual como universal, porque los beneficia. Por lo
tanto la definición de verdad universal ha cambiado con los cambios en la
constelación del poder.
La propia verdad científica es
histórica. Por lo tanto el problema no es simplemente qué es universal, sino
qué es lo que evoluciona, y si lo que está en evolución es necesariamente
identificable con el progreso. ¿Cómo pueden las ciencias sociales manejar el
hecho de describir y formular afirmaciones verdaderas acerca de un mundo
desigual en el cual los propios científicos sociales tienen sus raíces? Las
afirmaciones de universalismo siempre han sido hechas por personas
porticulares, y esas personas generalmente han estado en oposición a personas
con afirmaciones rivales. El hecho de que existan visiones porticularistas
rivales sobre lo que es universal nos obliga a tomar en serio las cuestiones
sobre la neutralidad del estudioso. Las ciencias naturales aceptan desde hace
mucho el hecho de que el que mide modifica lo medido. Sin embargo, esa
afirmación todavia es discutida en las ciencias sociales en las que,
justamente, esa realidad es aún más obvia.
Aquí podria ser útil observar que
en la reciente discusión acerca del universalismo se han mezclado tres
cuestiones: la distinción entre afirmaciones descriptivas y afirmaciones
analíticas (que pueden ser ambas verdaderas simultáneamente), la validez de las
afirmaciones que reflejan intereses rivales (todas las cuales pueden ser
igualmente válidas e igualmente interesadas); y la racionalidad critica como
base de la comunicación académica. Podemos querer distinguir lo que se oculta
detrás del universalismo y del particularismo como categorías: como objetos,
como objetivos, como lenguajes y como metalenguajes. Traer los metalenguajes al
primer plano y someterlos a 1: racionalidad crítica podria ser la única forma
en la que podamos escoger nuestra mezcla de lo universal y lo particular como
objetos, como objetivos y como lenguajes.
6 Engelbert Mveng, De la sous-mission à Ia
succession”, en Civilisation noire et Église Catholique/Black civilization and
the Catholic Church, Colloque d'Abidjan, París/Abidjan y Dakar, Présence Africaine/Les
Nouvelles Éditions Africaines, 1978, vol. 1, p. 141.
Si el universalismo, todos los
universalismos, ser históricamente contingentes, ¿hay alguna manera de
construir un universalismo único y relevante para el momento presente? La
solución al universalismo contingente ¿es la de los guetos o la de la
integración social? ¿Existe un universalismo más profundo que va más allá de
los universalismos formalistas de las sociedades y del pensamiento moderno, y
que acepte contradicciones dentro de su universalidad, ¿Es posible impulsar un
universalismo pluralista, análogo al panteón de la India donde un mismo dios
tiene muchos avatares?
Los que tienen menos poder
siempre están, en cierto sentido, en una situación sin salida: no hay respuesta
certera a los universalismos predominantes. Si los aceptan como justos, se
encuentran excluidos o disminuidos por las premisas mismas de la teorización,
pero si vacilan en actuar en función de los universalismos predominantes no
pueden funcionar adecuadamente dentro del sistema, ni política ni
intelectualmente, y por lo tanto están impidiendo que la situación mejore. La
consecuencia es que inicialmente los excluidos van y vienen, política y
culturalmente, entre la integración y la separación, y cuando eso se vuelve demasiado
agotador, a veces pasan a querer destruir por completo los universalismos
presentes. En el momento actual las ciencias sociales enfrentan varios intentos
de ese tipo. La cuestión que se nos presenta es cómo abrir las ciencias
sociales de manera que puedan responder adecuada y plenamente a las objeciones
legitimas contra el parroquialismo y así justificar su afirmación de validez
universal o aplicabilidad universal.
Partimos de una creencia muy fuerte en
que algún tipo de universalismo es el objetivo necesario de la comunidad de
discurso. Al mismo tiempo reconocemos que cualquier universalismo es
históricamente contingente en cuanto proporciona el medio de traducción y al
mismo tiempo establece los términos de la discusión intelectual y por lo tanto
es una fuente de poder intelectual. Reconocemos además que todo universalismo
desencadena respuestas a si mismo, y que esas respuestas están en cierto
sentido determinadas por la naturaleza del (de los) universalismo(s)
dominante(s). Y creemos que es importante aceptar la coexistencia de
interpretaciones diferentes de un mundo incierto y complejo. Sólo un
universalismo pluralista nos permitirá captar la riqueza de las realidades
sociales en que vivimos y hemos vivido.
3. La realidad y la validez de la
distinción entre las "dos culturas"
Desde 1960 hasta la fecha ha habido
dos acontecimientos sorprendentes en las estructuras del conocimiento que
provienen de los extremos opuestos que resultan de las divisiones
universitarias del conocimiento, pero ambos han cuestionado la realidad y la
validez de la distinción entre las "dos culturas". Los descontentos,
ya antiguos en las ciencias naturales, con las premisas newtonianas, que pueden
remontarse por lo menos a Poincaré a fines del siglo XIX, empezaron a hacer explosión:
en la producción intelectual, en el número de adherentes, en su visibilidad
pública. Indudablemente esto era en parte resultado del mismo tipo de presión
hacia la diferenciación provocada por el puro crecimiento numérico que estaba
desempeñando su papel en la agitación existente en las ciencias sociales. Pero
lo que es más importante es que era el resultado de la creciente incapacidad de
las teorías científicas más antiguas para ofrecer soluciones plausibles a las
dificultades que los cienttficos encontraban al tratar de resolver los
problemas referentes a fenómenos cada vez más complejos.
Estos procesos en las ciencias
naturales y en las matemáticas fueron importantes para las ciencias sociales en
dos sentidos. Ante todo el modelo de epistemología nomotética que se había ido
tornando cada vez más dominante en las ciencias sociales a partir de 1945 se
basaba principalmente en la aplicación de la sabiduria de los conceptos
newtonianos al estudio de los fenómenos sociales. Pero ahora estaba minando el
suelo bajo el uso de ese modelo en las ciencias sociales. En segundo lugar, en
las ciencias naturales se daban nuevos procesos que destacaban la no linealidad
por encima de la linealidad, la complejidad sobre la simplificación, la
imposibilidad de eliminar al que mide de la medición, e incluso, para algunos
matemáticos, la superioridad de una amplitud interpretativa cualitativa por
encima de una precisión cuantitativa, cuya exactitud es más limitada. Lo más
importante de todo, esos científicos acentuaban la importancia de la flecha del
tiempo. En suma, las ciencias naturales aparentemente comenzaban a acercarse a
lo que había sido despreciado como ciencia social «blanda», más que a lo que se
había proclamado como ciencia social “dura". Eso no sólo comenzó a
modificar el equilibrio de poder en las luchas internas de las ciencias
sociales sino que además sirvió para reducir la fuerte distinción entre
ciencias naturales y ciencias sociales como "supercampos". Sin
embargo, esa atenuación de las contradicciones entre las ciencias naturales y
la ciencia social no implicaba, como en los intentos anteriores , una
concepción mecánica de la humanidad, sino más bien la concepción de la
naturaleza como activa y creativa.
La visión cartesiana de la ciencia
clásica describía al mundo como un automaton, determinista y capaz de ser
totalmente descrito en forma de leyes causales o "leyes de la
naturaleza". Hoy día, muchos científicos naturales afirmarían que la
descripción del mundo debería ser muy diferente.7 Es un mundo más
inestable, un mundo mucho más complejo, un mundo en el que las perturbaciones
desempeñan un papel muy importante, y donde una de las cuestiones clave es
explicar cómo surge esa complejidad. La mayoría de los científicos naturales ya
no cree que lo macroscópico pueda ser en principio deducido simplemente de un
mundo microscópico más simple. Hoy muchos creen que los sistemas complejos se
autoorganizan, y que en consecuencia ya no se puede considerar que la
naturaleza sea pasiva.
No es que crean que la física
newtoniana esté equivocada, sino más bien que los sistemas estables y
reversibles en el tiempo, descritos por la ciencia newtoniana, sólo representan
un segmento particular y limitado de la realidad. Por ejemplo, describe el
movimiento de los planetas pero no el desarrollo del sistema planetario.
Describe sistemas en equilibrio o cercanos al equilibrio pero no sistemas que
están lejos del equilibrio, aunque éstos son por lo menos tan frecuentes, si no
más, que los sistemas en equilibrio. Las condiciones de un sistema que está
lejos del equilibrio no son reversibles en el tiempo, como aquellos en los que
basta conocer la "ley" y las condiciones iniciales para predecir sus
estados futuros. Más bien, un sistema lejos del equilibrio es la expresión de
una "flecha de tiempo" cuyo papel es esencial y constructivo. En un
sistema de ese tipo el futuro es incierto y las condiciones son irreversibles.
Por lo tanto las leyes que podemos formular solamente enumeran posibilidades,
nunca certezas.
En consecuencia, la irreversibilidad
ya no es considerada como una percepción cientificamente errónea, resultado de
aproximaciones derivadas de la inadecuación del conocimiento científico. Hoy en
dia los científicos naturales más bien estan tratando de extender la
formulación de las leyes de la dinámica para incluir la irreversibilidad y la
probabilidad. Hoy se piensa que sólo así los científicos pueden tener
esperanzas de comprender los mecanismos que, en el nivel fundamental de la
descripción, impulsan al universo inquieto del cual formamos parte. La ciencia
natural espera, de ese moda, hacer compatible la idea de leyes de la naturaleza
con la idea de acontecimientos, novedades y creatividad.
7 Véase Ilya Prigogine, Les lois du chaos, Paris,
Flammarion, 1994.
En cierto sentido se podría sostener
que la inestabilidad desempeña, para los fenómenos físicos, un papel análogo al
de la selección natural de Darwin en la biología. La selección natural es una
condición necesaria pero no suficiente para la evolución. Algunas especies han
aparecido recientemente, otras han persistido por centenares de millones de
años. Del mismo modo, la existencia de probabilidades y la ruptura de la
simetría temporal es una condición necesaria de la evolución.
La importancia del análisis de
sistemas complejos para el análisis de las ciencias sociales tiene vastos
alcances. Es muy claro que los sistemas sociales históricos están compuestos
por múltiples unidades interactuantes, caracterizadas por el surgimiento y la
evolución de estructuras y organizaciones jerárquicas internas, y
comportamientos espacio/temporales complejos. Por otra parte, además del tipo
de complejidad que presentan los sistemas dinámicos no lineales con mecanismos
fijos de interacción microscópica, los sistemas sociales históricos están
formados por elementos individuales capaces de adaptación interna y de
aprendizaje por medio de la experiencia. Esto añade un nuevo nivel de
complejidad (que comparten con la biologia evolutiva y la ecologia) más allá de
la complejidad de la dinámica no lineal de los sisteinas físicos tradicionales.
Los métodos de análisis de sistemas
complejos ya se han aplicado en varias áreas, como el problema de la relación
entre innovaciones estocásticamente generadas y fluctuaciones económicas de
largo plazo, que parecen presentar las características del caos determinista.
Además se puede mostrar cómo tecnologías rivales, en presencia de
contrariedades crecientes de varios tipos, pueden quedar "encerradas"
a pesar de la disponibilidad de alternativas superiores. El marco conceptual
que ofrecen los sistemas evolutivos complejos desarrollados por las ciencias
naturales ofrece a las ciencias sociales un conjunto coherente de ideas que
concuerda con visiones que existen desde hace tiempo en las ciencias sociales,
particularmente entre los que se resistieron a las formas de análisis
nomotético inspiradas por la ciencia de los equilibrios lineales. El análisis
científico basado en la dinámica de no-equilibrios, con su énfasis en futuros
múltiples, bifurcación y elección, dependencia histórica y, para algunos,
incertidumbre intrínseca e inherente, tiene una resonancia positiva con
tradiciones importantes de las ciencias sociales.
El segundo gran desafío a la división
tripartita del conocimiento en tres grandes reinos surgió del límite final
"humanista" de la tensión entre las dos culturas. Ese desafío provino
de lo que genéricamente podríamos llamar "estudios culturales". Por
supuesto, cultura era un término utilizado desde mucho tiempo antes, tanto por
antropólogos como por estudiosos de las humanidades, pero generalmente no con
esta nueva connotación más bien politica. El estudio de la «cultura" como
una cuasidisciplina hizo explosión con sus programas, sus publicaciones, sus
asociaciones y sus colecciones en las bibliotecas. Este desafío parece incluir
tres temas principales. Ninguno de estos temas es nuevo; lo que quizá sea nuevo
es la asociación entre ellos, y el hecho de que unidos han mostrado tanta
fuerza que están teniendo una influencia muy importante en las instituciones de
producción de conocimiento por primera vez en dos siglos, desde que la ciencia,
una ciencia determinada, desplazó a la filosofía, una filosofía determinada, de
la posición de legitimadora del conocimiento.
Los tres temas que se han conjuntado en
los estudios culturales son: primero, la importancia central, para el estudio
de los sistemas sociales históricos, de los estudios de género y todos los
tipos de estudios "no eurocéntricos"; segundo, la importancia del
análisis histórico local, muy ubicado, que muchos asocian con una nueva
"actitud hermenéutica"; tercero, la estimación de los valores
asociados con las realizaciones tecnológicas y su relación con otros valores.
El estudio de la cultura atraía a personas de casi todas las disciplinas, pero
particularmente de tres grupos: los estudiosos de la literatura en todas sus
formas, porque para ellos legitimaba la preocupación por el escenario social y
político; los antropólogos, para algunos de los cuales el nuevo énfasis
proponía un campo capaz de remplazar el de la etnografía (o al menos competir
con él), que había perdido su papel de dirección dentro de la disciplina; y las
personas dedicadas a las nuevas cuasidisciplinas relacionadas con los pueblos
"olvidados" por la modernidad (los ignorados en virtud del género, la
raza, la clase, etc.), a los cuales ofrecía un marco teórico
("posmoderno") para sus respectivas elaboraciones de la diferencia.
Ya hemos hablado de los intentos por
superar el patrimonio parroquial de las ciencias sociales. ¿Qué se agrega si
consideramos esto dentro del cuestionamiento sobre la validez de la distinción
entre las dos culturas? En la formulación del problema de las dos culturas
siempre había habido un supuesto implícito pero muy real, se implicaba que la
ciencia era más racional, "más dura" y más precisa, más poderosa, más
seria, más eficaz, y por lo tanto, de consecuencias más importantes que la
filosofía o las artes y letras. La premisa latente era que de alguna manera la
ciencia era más moderna, más europea y más masculina. Contra esas afirmaciones
implícitas reaccionaban los defensores de los estudios de género y de todos los
estudios no eurocéntricos al proponer sus visiones y sus demandas en el marco
de una revalorización de los estudios culturales.
Básicamente el mismo problema surgía
en la cuestión a veces formulada como lo local contra lo universal y otras
veces como acción contra estructura. Se afirmaba que las estructuras y lo
universal eran impersonales, eternas o por lo menos de muy larga duración y se
encontraban más allá del control del esfuerzo humano. Pero no del todo más allá
del control de cualquiera: las estructuras parecían ser manipulables por
expertos, racionales y científicos, aunque no por las personas corrientes ni
por los grupos que tenían menos poder dentro de las estructuras. La afirmación
de la continuada eficacia de las estructuras en el análisis de los fenómenos
sociales, según se decía, implicaba la irrelevancia de las movilizaciones
sociales y por lo tanto de los intentos de los menos poderosos pora transformar
la situación social. Se decía que lo universal era remoto, mientras que lo
"local" era inmediato. La centralidad del género y de la
raza/etnicidad para el análisis parecía evidentemente importante en los
estudios locales, pero cuanto más mundial era el estudio,
más difícil se consideraba el desarrollar una organización efectiva a fin de
presentar perspectivas alternativas, defender intereses alternativos y proponer
epistemologías alternativas.
El
tercer elemento en la afirmación de los estudios culturales ha sido la
expresión de escepticismo acerca de los méritos del progreso tecnológico. El
grado de escepticismo ha ido desde las dudas moderadas hasta el repudio extremo
de los productos de esa tecnología; ha tomado forma política en la amplia
variedad de intereses ecológicos, y forma intelectual en el regreso de los
valores al primer plano del análisis académico (lo que algunos podrían
describir como el regreso de la filosofía). Frente a la crisis ecológica, las
afirmaciones de universalidad de la tecnología han sido cuestionadas. El
escepticismo posmoderno empezó a remplazar a la crítica modarna, y casi todas
las llamadas teorías grandiosas fueron atacadas en nombre de un modo de
teorización sumamente abstracto. El impacto culturalista se hizo sentir en
todas las disciplinas. Los enfoques hermenéuticos recuperaron el terreno que
antes habían perdido. En distintas disciplinas el lenguaje pasó a ser central
en la discusión, como objeto de estudio, y también como clave para la reflexión
epistemológica de la disciplina sobre sí misma.
Los
estudios culturales han ofrecido soluciones pal.a algunos problemas, pero
también han creado otros. La insistencia en el elemento agencial y en el
significado ha conducido a veces aún descuido casi voluntarista de verdaderas
constricciones estructurales sobre el comportamiento humano. El énfasis en la
importancia de los espacios locales puede conducir al descuido de las
interrelaciones más amplias del tejido histórico. El escepticismo posmoderno en
oca-iones ha conducido a
una posición general antiteórica que también condenaba
otras perspectivas igualmente críticas de las limitaciones de un enfoque
positivista. Nosotros continuamos leyendo que la búsqueda de la coherencia
seguirá siendo obligatoria para una ciencia social histórica reconstruida.
Con
todo, el ascenso de los estudios culturales tuvo un impacto en las ciencias
sociales que en cierto modo es análogo a algunos nuevos acontecimientos en la
ciencia. Así como los nuevos argumentos de los científicos naturales minaron la
división organizacional entre los supercampos de las ciencias naturales y de
las ciencias sociales, del mismo modo los argumentos de los defensores de los
estudios culturales minaron la división organizacional entre los supercampos de
las ciencias sociales y de las humanidades. Esos proyectos culturalistas han
desafiado todos los paradigmas teóricos existentes, incluso los que tenían una
posición crítica frente a la ciencia social nomotética de la corriente
principal. El apoyo a esas posiciones procedía de todas las diversas
disciplinas de las humanidades y de las ciencias sociales, y eso produjo formas
de cooperación intelectual que han ignorado la línea tradicional entre las
humanidades y las ciencias sociales.
Antes
de 1945 las ciencias sociales estaban interiormente divididas entre las dos
culturas y había muchas voces que afirmaban que las ciencias sociales debían
desaporecer, fundiéndose ya fuera con las ciencias naturales o con las
humanidades, según las preferencias de cada quien. En cierto sentido se pedía a
las ciencias sociales que aceptaran la realidad profunda del concepto de dos
culturas e ingresaran a una u otra en sus propios términos. Actualmente
el descubrimiento de temas y enfoques comunes parece estar produciéndose sobre
distintas bases que en el pasado. Los científicos naturales hablan de la flecha
del tiempo que es lo que siempre ha tenido un lugar central para el ala más
humanista de las ciencias sociales. Al mismo tiempo los estudiosos de la
literatura empiezan a hablar de "teoría". Por hermenéutica que sea su
teorización y por hostil que se proclame a las narrativas maestras, teorizar no
es cosa que los estudiosos literarios acostumbraran hacer. No hay duda de que
no se trata del tipo de teoría que siempre ha sido central pora el trabajo del
ala más cientista de las ciencias sociales; sin embargo, para un grupo que da
tanta importancia al uso de los términos, es por lo menos notable que los
defensores de los estudios culturales hayan convertido el término "teoría"
en una de sus palabras clave.
No
se puede hablar de un verdadero acercamiento entre las múltiples expresiones de
las dos (o tres) culturas, pero los debates han hecho surgir dudas acerca de la
claridad de las distinciones y parecería que avanzamos en dirección a una
visión menos contradictoria de los múltiples campos de conocimiento. En una
forma extraña, los desplazamientos de los puntos de vista en todos los campos
parecen más acercarse que aportarse de los puntos de vista tradicionales de las
ciencias sociales. ¿Significa esto que estamos en proceso de superar el
concepto de dos culturas? Es demasiado temprano para decirIo. Lo que está claro
es que la división tripartita entre ciencias naturales, ciencias sociales y
humanidades ya no es tan evidente como otra parecía. Además, ahora parece que
las ciencias sociales ya no son un pariente pobre, de alguna manera desgarrado
entre los dos clanes polarizados de las ciencias naturales y las humanidades:
más bien han pasado a ser el sitio de su potencial reconciliación.
3.
¿QUÉ TIPO DE CIENCIA SOCIAL DEBEMOS CONSTRUIR AHORA?
En cualquier
circunstancia social sólo hay un número limitado de maneras de enfrentar un
choque de valores. Uno es la segregación geo- gráfica... Otra manera más activa
es salirse... Una tercera manera de enfrentar la diferencia, individual o
cultural es a través del diálogo. Aquí, en principio, un choque de valores puede operar con
signo positivo -puede ser un medio para aumentar la comunicación y la
autocomprensión ...Finalmente, un choque de valores puede resolverse por medio
del uso de la fuerza o de la violencia ...En la sociedad globalizante en que
hoy vivimos, dos de esas cuatro opciones han sufrido una reducción drástica.
ANTHONY
GIDDENS*
¿Cuáles
son las implicaciones de los múltiples debates ocurridos desde 1945 dentro de
las ciencias sociales para el tipo de ciencia social que debemos construilr
ahora?, e ¿implicaciones para qué, exactamente? las implicaciones intelectuales
de esos debates no son del todo consonantes con la estructura organizacional de
la ciencias sociales que heredamos. Así, al tiempo que empezamos a resolver los
debates intelectuales, debemos decidir qué hacer en el nivel organizacional. Es
posible que lo primero sea más fácil que lo segundo.
La
cuestión más inmediata se refiere a la estructura organizacional de las propias
ciencias sociales. Ante todo eran disciplinas, lo que significaba que se
proponían conformar la preparación de futuros estudiosos; y eso lo hicieron
eficazmente. Sin embargo, en último análisis, la preparación de estudiantes no
ha sido el mecanismo de control más poderoso. Más fuerte era el hecho de que
las disciplinas controlaban los patrones de la carrera de los estudiosos una
vez terminada su preporación. En general, tanto los cargos docentes como los de
investigación en las universidades así como las estructuras de investigación
requerían un doctorado (o su equivalente), y para la mayoría de los cargos el
doctorado era imprescindible que fuese en una disciplina específica. Publicar trabajos
en los periódicos oficiales y cuasi oficiales de la disciplina a la que la
persona estaba organizacionalmente vinculada era, y en general sigue siendo, un
paso necesario por profesar en la carrera. Todavía se aconseja a los
estudiantes de posgrado (y es un buen consejo) que obtengan sus títulos en una
disciplina de las consideradas estándar; los estudiosos tienden a asistir
principalmente a las reuniones nacionales ( e internacionales) de su propia
disciplina. Las estructuras disciplinarias han cubierto a sus miembros con una
reja protectora, y no han alentado a nadie a cruzar las líneas.
Por
otra porte, los prerrequisitos disciplinarios han ido descomponiéndose en
algunos espacios académicos que han adquirido importancia después de 1945. La
serie mundial de coloquios y conferencias que han ocupado un lugar tan central
para la comunicación científica en las últimas décadas han tendido a reclutar
sus participantes de acuerdo con el objeto de estudio concreto, en general sin
prestar mucha atención a la afiliación disciplinaria, y actualmente existe un
número creciente de revistas científicas de primera magnitud que
deliberadamente ignoran las fronteras disciplinarias, y por supuesto las
múltiples cuasidisciplinas o "programas nuevos" que han surgido constantemente
en el último medio siglo suelen estar compuestos por personas tituladas en
múltiples disciplinas.
Y
lo más importante es la eterna batalla por la asociación de recursos, que en
los últimos años se ha hecho más feroz debido a las limitaciones presupuestarias,
después de un largo periodo de continua expansión del presupuesto. A medida que
nuevas, estructuras disciplinarias recién aparecidas formulan demandas cada vez
mayores de recursos universitarios e intentan controlar cada vez más directamente
los futuros nombramientos, tienden a reducir el poder de las principales
disciplinas existentes. En esa batalla los grupos que actualmente tienen menos
financiamiento tratan de definir justificaciones intelectuales abstractas a las
modificaciones que proponen para la asignación de recursos. Es aquí donde se
producirá la mayor presión organizacional para la reestructuración de las
ciencias sociales. El problema es que esa presión en favor del realineamiento
de las estructuras organizacionales sobre la base de nuevas categorías
intelectuales se da país por país y universidad por universidad. Ya menudo la
iniciativa no es de estudiosos activos sino de administradores, cuyas
preocupaciones a veces son más presupuestales que intelectuales. La perspectiva
que se nos presenta es de dispersión organizacional con una multiplicidad de
nombres, símilar a la situación que existía en la primera mitad del siglo XIX.
Esto significa que entre, digamos, 1850 y 1945 el proceso de establecimiento de
las disciplinas consistió en reducir el número de categorías en que podía
dividirse la ciencia social a una lista limitada que fue más o menos aceptada
en todo el mundo ya la cual nos hemos acostumbrado. Ya hemos descrito cómo y
por qué desde entonces para acá el proceso ha comenzado a moverse en dirección
contraria, quizá convenga reflexionar acerca de la racionalidad del patrón que
está aporeciendo.
Esos
problemas organizacionales, desde luego, se complican enormemente por la
difuminación del patrón trimodal de los supercampos: las ciencias naturales,
las ciencias sociales y las humanidades. Por lo tanto la cuestión ya no es
solamente la de la posible reconfiguración de las fronteras organizacionales
dentro de las disciplinas de las ciencias sociales, sino la de la posible reconfiguración
de las estructuras más amplias de las llamadas facultades. Desde luego que esa
lucha por las fronteras ha sido incesante, pero hay momentos en el tiempo en
los que se buscan realizaciones mayores, y no menores. La primera parte del
siglo XIX presenció un patrón similar de realineaciones mayores que ya hemos
descrito en este trabajo. La cuestión que se nos plantea ahora es si la primera
parte del siglo XXI será un momento similar.
Hay
un tercer nivel posible de reestructuración; no se trata sólo de las fronteras
de los departamentos dentro de las facultades y las fronteras de las facultades
dentro de las universidades. Parte de la reestructuración del siglo XIX implicó
la resurrección de la universidad misma como principal sede de la creación y reproducción
del conocimiento. La enorme expansión del sistema universitario en todo el
mundo después de 1945, en términos del número de instituciones, del personal
docente y de estudiantes, ha conducido a una fuga de las actividades de
investigación a niveles aún más "altos" del sistema educacional.
Antes de 1945 todavía había investigadores que enseñaban en escuelas
secundarias. Para 1990, no sólo ya no ocurría eso, sino que muchos profesores
evitaban todo lo posible enseñar en el primer nivel o el nivel más bajo del
sistema universitario. Hoy día algunos incluso evitan enseñar a estudiantes de
doctorado. En consecuencia ha habido un gran aumento de los "institutos de
estudios avanzados" y otras estructuras no docentes.
Del
mismo modo, en el siglo XIX el principal espacio de comunicación intelectual
eran las reuniones académicas nacionales y las publicaciones periódicas
científicas nacionales. A medida que esas estructuras fueron superpoblándose,
vinieron a remplazarlas en cierta medida los coloquios que han florecido en
todo el mundo desde 1945. Ahora también ese campo está superpoblado y vemos
surgir pequeñas estructuras perdurables de profesionales que están físicamente
separados, desde luego con la ayuda de los grandes avances en las
comunicaciones que ofrecen las redes electrónicas. Todos estos procesos
plantean por los menos la cuestión de si en los próximos cincuenta años las
universidades, como tales, continuarán siendo la principal base organizacional
de la investigación académica, o si otras estructuras -institutos de
investigación independientes, centros de estudios avanzados, redes, comunidades
epistémicas por medios electrónicos- las sustituirán en una forma
significativa. Estos procesos podrían representar ajustes muy positivos frente
a los problemas inherentes a la enorme expansión de las estructuras
universitarias. Pero si se considera deseable o inevitable que la investigación
se separe en una medida significativa de la enseñanza y del sistema
universitario, hará falta un esfuerzo mayor por obtener la legitimación pública
de ese proceso, o se corre el riesgo de no contar con las bases materiales
necesarias pora sostener la investigación académica.
Estos
problemas orgahizacionales, que desde luego no se limitan a las ciencias
sociales, conforman el contexto en el que tendrán lugar las clarificaciones
intelectuales. Hay probablemente tres problemas teórico/metodológicos centrales
en tomo a los cuales es necesario construir nuevos consensos eurísticos a fin
de permitir avances fructíferos en el conocimiento. El primero se refiere a la
relación entre el investigador y la investigación. A comienzos de este siglo
Max Weber resumió la trayectoria del pensamiento moderno como el
"desencantamiento del mundo". Obviamente, la frase no hacía más que
describir un proceso que se había desarrollado durante varios siglos. En La
nouvelle alliance Prigogine y Stengers piden un "reencantamiento del
mundo". El concepto de "desencantamiento del mundo" representaba
la búsqueda de un conocimiento objetivo no limitado por ninguna sabiduría o
ideología revelada y/ o aceptada. En las ciencias sociales representaba la
demanda de que la historia no se reescribiera en nombre de las estructuras de
poder existentes. Esa demanda fue un paso esencial en la liberación de la actividad
intelectual de presiones externas incapacitantes y de la mitología, y aún sigue
siendo válida. No queremos mover el péndulo hacia atrás y encontrarnos de nuevo
en la situación de la cual el desencantamiento del mundo trataba de
rescatarnos.
El
llamado al "reencantamiento del mundo" es diferente: no es un llamado
a la mistificación. Es un llamado a derribar las barreras artificiales entre
los seres humanos y la naturaleza, a reconocer que ambas forman parte de un
universo único enmarcado por la flecha del tiempo. El reencantamiento del mundo
se propone liberar aún más el pensamiento humano. El problema fue que, en el
intento de liberar el espíritu humano, el concepto del científico neutral
(propuesto no por Weber sino por la ciencia social positivista) ofrecía una
solución imposible al laudable objetivo de liberar a los estudios de cualquier
ortodoxia arbitraria. Ningún científico puede ser seporado de su contexto
físico y social. Toda medición modifica la realidad en el intento de
registrarla. Toda conceptualización se basa en compromisos filosóficos. Con el
tiempo, la creencia generalizada en una neutralidad ficticia ha pasado a ser un
obstáculo importante al aumento del valor de verdad de nuestros
descubrimientos, y si eso plantea un gran problema a los científicos naturales,
representa un problema aún mayor a los científicos sociales. Traducir el
reencantamiento del mundo en una práctica de trabajo razonable no será fácil,
pero para los científicos sociales parece ser una tarea urgente.
El
segundo problema es cómo reinsertar el tiempo y el espacio como variables
constitutivas intems en nuestros análisis y no meramente como realidades
físicas invariables dentro de las cuales existe el universo social. Si
consideramos que los conceptos de tiempo y espacio son variables socialmente
construidas que el mundo (y el científico) utiliza para afectar e interpretar
la realidad social, nos vemos frente a la necesidad de desarrollar una
metodología con la cual coloquemos esas construcciones sociales en el centro de
nuestro análisis pero en tal forma que no sean vistas ni utilizadas como
fenómenos arbitrarios. En la medida en que logremos hacer esto, la distinción
ya superada entre las epistemologías idiográfica y nomotética perderá cualquier
significado cognitivo que todavía conserve. Sin embargo, decirlo es más fácil
que hacerlo.
El
tercer problema que se nos presenta es el de cómo superar las separaciones
artificiales erigidas en el siglo XIX ente los reinos, supuestamente autónomos,
de lo político, lo económico y lo social ( o lo cultural o lo socio-cultural).
En la práctica actual de los científicos sociales esas líneas suelen ser
ignoradas de jacto. Pero la práctica actual no concuerda con los puntos
de vista oficiales de las principales disciplinas. Es preciso enfrentar
directamente la cuestión de la existencia de esos reinos separados, o más bien
reabrirla por entero. Una vez que eso ocurra y empiecen a arraigar nuevas
formulaciones, es posible que se vayan aclarando las bases intelectuales para
la reestructuración de las disciplinas.
Una
última advertencia: si el investigador no puede ser "neutral" y si el
tiempo y el espacio son variables internas en el análisis, entonces se sigue
que la tarea de reestructuración de las ciencias sociales debe ser resultado de
la interacción de estudiosos procedentes de todos los climas y de todas las
perspectivas (tomando en cuenta género, raza, clase; culturas lingüísticas), y
que esa interacción mundial sea real y no una mera cortesía formal que encubra
la imposición de las opiniones de un segmento de los científicos del mundo. No
será nada fácil organizar esa interacción mundial en una forma significativa y
por lo tanto éste es otro obstáculo en nuestro camino. Sin embargo, la
superación de este obstáculo podría ser la clave para superar todos los demás.
¿Qué
podemos concluir entonces acerca de los posibles pasos que podrían darse pora
"abrir la cien- cia social"? No hay ningún plano fácilmente accesible
en base al cual podamos decretar una reorganización de las estructuras de
conocimiento. Lo que nos interesa más bien es alentar la discusión colectiva y
hacer algunas sugerencias sobre caminos por los cuales quizá se podría llegar a
soluciones. Antes de considerar propuestas de reestructuración nos parece que
hay varias dimensiones importantes que merecen debates y análisis más
completos. Se trata de: 1] las implicaciones de rechazar la distinción
ontológica entre los seres humanos y la naturaleza, distinción que forma parte
del pensamiento moderno por lo menos desde Descartes; 2] las implicaciones de
negarse a considerar al estado como origen de las únicas , fronteras posibles
y/o primarias dentro de las cuales la acción social ocurre y debe ser
analizada; 3] las implicaciones de aceptar la tensión interminable entre el uno
y los muchos, lo universal y lo particular, como un rasgo permanente de la
sociedad humana y no como un anaconismo; 4] el tipo de objetividad que es
plausible a la luz de las premisas presupuestas: por la ciencia.
1.
Los seres humanos y la naturaleza
Las
ciencias sociales han venido avanzando en dirección hacia un respeto cada vez
mayor por la naturaleza; al mismo tiempo las ciencias naturales han ido
desplazándose hacia una visión del universo como inestable e impredecible, y
por lo tanto a concebir al universo como una realidad activa y no como un
autómata sujeto a la dominación de los seres humanos, que de alguna manera
están ubicados fuera de la naturaleza. Las convergencias entre las ciencias
naturales y las ciencias sociales se hacen mayores en la medida en que las
vemos a ambas dedicadas al estudio de sistemas complejos, en que los
desarrollos futuros son resultado de otros procesos temporalmente
irreversibles.
Algunos
científicos sociales han respondido a los recientes descubrimientos de la genética
conductista exigiendo una orientación más biológica de las ciencias sociales.
Algunos incluso han empezado a revivir las ideas del determinismo genético con
base en inferencias del proyecto del genoma humano. Creemos que seguir ese
camino sería un serio error y un retroceso para las ciencias sociales; más bien
nos parece que la principal lección de los avances recientes de las ciencias
naturales es que es necesario tomar más en serio que nunca la complejidad de la
dinámica social.
Las
utopías forman parte del objeto de estudio de las ciencias sociales, lo que no
puede decirse de las ciencias naturales; y las utopías desde luego tienen que
basarse en tendencias existentes. Si bien ahora tenemos claro que no hay
certeza sobre el futuro ni puede haberla, sin embargo las imágenes del futuro
influyen en el modo en que los seres humanos actúan en el presente. La
universidad no puede mantenerse aparte de un mundo en el cual, una vez excluida
la certeza, el papel del intelectual necesariamente está, cambiando y la idea
del científico neutral está sometida a un cuestionamiento severo, como ya hemos
documentado. Los conceptos de utopías están relacionados con ideas de progreso
posible, pero su realización no depende simplemente del avance de las ciencias
naturales como muchos pensaban, sino más bien del aumento de la creatividad
humana y de la expresión del ser en este mundo complejo.
Venimos
de un pasado social de certezas en conflicto, relacionadas con la ciencia, la
ética o los sistemas sociales, a un presente de cuestionamiento considerable,
incluyendo el cuestionamiento sobre la posibilidad intrínseca de la certeza. Es
posible que estemos presenciando el fin de un tipo de racionalidad que ya no es
apropiada pora nuestro tiempo. Pedimos que se ponga el acento en lo complejo,
lo temporal y lo inestable, que corresponde haya un movimiento
transdisciplinario que adquiere cada vez mayor vigor. Esto de ninguna manera
significa que pidamos el abandono del concepto de racionalidad sustantiva. Como
bien dijo Whitehead, el proyecto que sigue siendo central, tanto para los
estudiosos de la vida social humana como para los científicos naturales, es la
inteligibilidad del mundo: "ordenar un sistema de ideas generales
coherente, lógico y necesario en cuyos términos sea posible interpretar
cualquier elemento de nuestra experiencia..."8
En
la elección de futuros posibles los recursos son una cuestión altamente
política, y la demanda de la expansión de la participación en la toma de
decisiones es mundial. Llamamos a las ciencias sociales para que se abran a
estas cuestiones. Sin embargo, este llamado no es en modo alguno como el que se
hizo en el siglo XIX por una física social, sino más bien un reconocimiento de
que aunque las explicaciones que podemos dar de la estructuración histórica del
universo natural y de la experiencia humana no son en ningún sentido idénticas,
tampoco son contradictorias, y ambas están relacionadas con la evolución. En
los últimos doscientos años el mundo real ha impuesto los problemas políticos del
momento a la actividad intelectual, encaminando a los científicos para que
definieran fenómenos particulares como universales debido a sus implicaciones
en la situación política inmediata. Hoy el problema es el de escapar a las
constricciones pasajeras de lo contemporáneo para llegar a interpretaciones más
duraderas y más útiles de la realidad social. En la diferenciación y
especialización necesarias de las ciencias sociales hemos prestado demasiada
atención a un problema social general derivado de la creación de conocimiento:
cómo evitar una brecha entre los que saben y los que no saben.
8 A. N. Whitehead, Process and reality, ed. corr., Nueva York,
Macmillan, 1978, p. 3.
La
responsabilidad de ir más allá de esas presiones inmediatas no es sólo de los
científicos sociales activos, es también de las burocracias intelectuales, Ios
administradores de universidades, las asociaciones de estudiosos, las
fundaciones y los organismos gubernamentales responsables de la educación y la
investigación. Implica el reconocimiento de que los principales problemas que
enfrenta una sociedad compleja no se pueden resolver descomponiéndolos en
pequeñas partes que parecen fáciles de manejar analíticamente, sino más bien
abordando estos problemas, a los seres humanos ya la naturaleza, en toda su
complejidad y en sus interrelaciones.
2.
El estado como bloque de constrncción analítico
Las
ciencias sociales han sido muy estadocéntricas, en el sentido de que los
estados constituían el marco, supuestamente evidente, dentro del cual tenían
lugar los procesos analizados por las ciencias sociales. Esto era especialmente
cierto para las ciencias que estudiaban (por lo menos hasta 1945) esencialmente
el mundo occidental, la historia y el trío de las ciencias sociales nomotéticas
(la economía, la ciencia política y la sociología). Desde luego que ni la
antropología ni los estudios orientales eran estadocéntricos, pero eso se debía
a que las zonas de que se ocupaban esos estudiosos no eran consideradas como
sede de estructuras sociales modarnas. Se daba por sentado que las estructuras
sociales modernas estaban en los estados modernos. Después de 1945, con el
ascenso de los estudios de área y la consiguiente expansión del dominio
empírico de la historia y las tres ciencias sociales nomotéticas hacia el mundo
no occidental, también esas áreas no occidentales pasaron a ser tema de
análisis estadocéntricos. El concepto de "desarrollo", que fue el
concepto clave después de 1945, se refería ante todo, y sobre todo, al
desarrollo de cada estado tomado como entidad individual.
Indudablemente
siempre hubo algunos científicos sociales que no consideraban que el estado, el
estado actual, el estado histórico ( que se remontaba hacia atrás hasta las
épocas preestatales ), el estado putativo, fuese una unidad tan natural que su
primacía analítica no necesitara justificación. Pero esas voces discordantes
eran pocas y no muy fuertes en el periodo comprendido entre 1850 y 1950. El
carácter evidente del estado como frontera natural de la vida social empezó a
ser objeto de un cuestionamiento mucho más serio después de 1970, como
resultado de la coyuntura que no era accidental, de dos transformaciones. La
primera fue una transformación en el mundo real: en la visión, tanto académica
como popular, los estados parecieron perder su aspecto promisorio como agentes
de la modernización y el bienestar económico. La segunda es la de los cambios
en el mundo del conocimiento que ya hemos descri- to, y que llevó a los
estudiosos a echar una nueva mirada a presuposiciones que antes eran
indiscutibles.
Entonces,
el conocimiento cierto que nos habían prometido los científicos sociales
apareció como una consecuencia evidente de su fe en el progreso: hallaba
expresión en la creencia en constantes mejoras, que serían obra de
"expertos", proceso en el cual el estado que las "permitía"
desempeñaría un papel clave en el esfuerzo por reformar la sociedad. Se
esperaba que las ciencias sociales acompañaban ese proceso de mejora racional y
gradual, y de ahí parecía seguirse que las fronteras del estado fueran vistas
como el marco natural dentro del cual se darían tales mejoras. Por supuesto que
en el mundo del conocimiento la visión simplista del progreso ha sido
contestada continuamente, incluso dentro de las ciencias sociales (por ejemplo
a fines del siglo XIX), pero todos los cuestionamientos anteriores habían
parecido disolverse frente a las continuas realizaciones tecnológicas. Además,
el impulso básico hacia la democratización conducía en todas partes a un
constante aumento de las demandas hechas al estado, a llamados urgentes al
estado para que utilizara su poder fiscal y presupuestal para mejorar y
redistribuir. Por lo tanto, el estado como proveedor de progreso porecía
teóricamente seguro.
Pero
en las últimas décadas, a medida que las redistribuciones aumentaban con menor
rapidez que las crecientes demandas de redistribución, empezó a parecer que los
estados ofrecían cada vez menos satisfacción y no cada vez más, y así a partir
de la década de 1960 empezó a generarse cierto grado de desilusión. En la
medida en que desde entonces las transformaciones del mundo han servido para
alimentar en la mayor parte del globo un profundo escepticismo sobre hasta
dónde las mejoras prometidas pueden ser realmente factibles, y en particular sobre
si las reformas del estado provocan mejoras reales, la calidad natural del
estado como unidad de análisis se ha visto seriamente amenazada. "Pensar
globalmente, actual, localmente" es un lema que muy deliberadamente
excluye al estado, y representa una suspensión de la fe en el estado como
mecanismo de reforma. En la década de 1950 habría sido imposible: tanto las
personas comunes como los científicos pensaban en el nivel estatal y actuaban
en el nivel estatal.
En
vista de ese viraje de la acción en el nivel estatal que parecía garantizar un
futuro seguro hacia la acción en los niveles global y local que parecen mucho
más inciertas y difíciles de manipular muchos pensaron que los nuevos modos de
análisis, tanto de los científicos naturales como de los defensores de los
estudios culturales, ofrecían modelos más plausibles. Ambos foros de análisis
tomaban las incertidumbres (y los localismos) como variables analíticas
centrales que no debían ser enterradas en un universalismo determinista. En
consecuencia, la naturaleza evidente de los estados como contenedores
conceptuales derivado analítico en las ciencias sociales, tanto de la historia
idiográfica como de las ciencias sociales universalistas quedó abierta al
cuestionamiento serio y al debate.
Obviamente
el pensamiento estadocéntrico no había excluido el estudio de las relaciones
entre los estados, o relaciones internacionales como se le llama común y
erróneamente, y dentro de cada una de las ciencias sociales existían subcampos
dedicados al llamado espacio internacional. Se habría podido imaginar que
fueran estudiosos de esos subcampos los primeros en responder al desafío que el
creciente interés en los fenómenos transestatales planteó a los marcos
analíticos de las ciencias sociales, pero en realidad no ocurrió así. El
problema era que los estudios internacionales se basaban en las premisas de un
marco estadocéntrico, tanto como cualquier otra área de las ciencias sociales.
Principalmente adoptaban la forma de estudios comparativos en los que los estados
eran la unidad a comparar, o de estudios de política exterior que tenían por
objeto el estudio de las políticas de unos estados hacia otros en lugar del
estudio de las nacientes características de las estructuras transestatales. Las
ciencias sociales institucionalizadas ignoraron por mucho tiempo el estudio de
las complejas estructuras que existen en el nivel global, así como el de las
complejas estructuras que existen en niveles más locales.
Desde
fines de la década de 1960 ha habido numerosos intentos dentro de cada una de
las disciplinas y transversalmente a las disciplinas de reducir el
estadocentrismo. En la mayoría de los casos eso ha ido unido a la historización
y en particular al uso de periodos más largos para el análisis empírico. Ese
desplazamiento de la unidad de análisis se ha dado con muchas etiquetas, tales
como economía política internacional, estudio de las ciudades mundiales,
economía institucional global, historia mundial, análisis de sistemas mundiales
y estudios civilizatorios. Al mismo tiempo ha habido un renovado interés por
las regiones, tanto las vastas regiones transestatales (por ejemplo, la
reciente preocupación por el Asia Oriental como región dentro del mundo total)
y las regiones pequeñas ubicadas dentro de estados (por ejemplo, el concepto de
protoindustrialización en historia económica). No es éste el lugar para
examinar cada uno de ellos en sus coincidencias y diferencias, pero sí denotar
que cada uno a su manera desafiaba los presupuestos teóricos estadocéntricos de
las ciencias sociales tal como habían sido institucionalizadas
tradicionalmente. Todavía está por verse hasta dónde llegarán sus defensores
impulsados por la lógica de sus posiciones. Hay algunos que proponen una
ruptura con las disciplinas tradicionales en lugar de quedarse abordo de ellas,
deseoso de unirse a una nueva heterodoxia basada en referentes espaciales
globales.
El
estadocentrismo de los análisis de la ciencia social tradicional era una
simplificación teórica que incluía la suposición de espacios homogéneos y
equivalentes, cada uno de los cuales constituía un sistema autónomo que operaba
en gran medida por medio de procesos paralelos. Las limitaciones de ese tipo de
simplificación deberían ser aún más evidentes en el estudio de sistemas
sociales históricos complejos de lo que lo fueron en el estudio de fenómenos
atómicos y moleculares, en los cuales tales métodos hoy son vistos como algo
del pasado.
Desde
luego el rechazo del estado como contenedor socio-geográfico indicado para el
análisis social de ningún modo significa que el estado ya no sea visto como una
institución clave en el mundo moderno que tiene influencias profundas en
procesos económicos, culturales y sociales. Está claro que el estudio de todos
esos procesos requiere una comprensión de los mecanismos del estado; lo que no
requiere es la suposición de que el estado es la frontera natural, o incluso la
más importante, de la acción social. Al desafiar la eficacia de la organización
del conocimiento social en unidades definidas por fronteras estatales, los
recientes procesos de las ciencias sociales implican algunas transiciones
significativas en los objetos de investigación científica social. Una vez que
abandonamos el supuesto estadocéntrico, que ha sido fundamental para la
historia y las ciencias sociales nomotéticas en el pasado, y aceptamos que esa
perspectiva puede ser a menudo un obstáculo para hacer inteligible al mundo,
inevitablemente no planteamos cuestiones sobre la estructura misma de las
divisiones disciplinarias que crecieron en torno a ese supuesto y que en
realidad se basaban en él.
3.
Lo universal y lo particular
La
tensión entre lo universal y lo particular en las ciencias sociales siempre ha
sido objeto de un debate apasionado, porque siempre ha sido visto como un punto
con implicaciones políticas inmediatas, y eso ha impedido su estudio sereno. La
reacción romántica ante las concepciones de la ilustración y su reformulación
se centraron en torno a este tema, y ese debate no estuvo desconectado de las
controversias políticas de la época napoleónica en cuanto culminación de
procesos iniciados por la Revolución francesa. En las discusiones
contemporáneas sobre las ciencias políticas el tema ha vuelto al primer plano
en gran parte como resultado de la reafirmación política del mundo no
occidental combinada con la paralela afirmación política de grupos dentro del
mundo occidental que consideran que han sido culturalmente oprimidos. Ya hemos
hablado de las varias formas que ha tomado ese debate dentro de las ciencias
sociales. Una importante consecuencia organizacional de la resurrección de ese
debate ha sido el llamado a una ciencia social más "multicultural" o
intercultural. El esfuerzo por insertar nuevas premisas en el marco teórico de
las ciencias sociales, premisas que respondan a esa demanda por una ciencia
social más multicultural, se ha encontrado con una resurrección del darwinismo
social en diversos aspectos. El darwinismo social es una variante particular y
bastante influyente de la doctrina del progreso inevitable. Su argumento clave
ha sido esencialmente que el progreso es el resultado de la lucha social en que
la competencia triunfa, y que interferir con esa lucha social es interferir con
el progreso social. En algunos casos esos argumentos han sido reforzados por el
determinismo genético ya mencionado. El discurso del darwinismo social califica
de irracional y/ o irrealista cualquier concepción asociada con los perdedores
en el proceso evolutivo de la supervivencia del más apto". Esa condena
categórica a menudo ha alcanzado a todos los valores de los grupos que no
tienen posiciones sociales poderosas, así como a los proyectos alternativos que
no comporten la creencia en la vinculación inevitable entre industrialización,
modernización y occidentalización.
La
racionalidad tecnocrática, que se presenta como la versión más avanzada del
racionalismo moderno, ha sido en muchos sentidos un avataI del darwinismo.
social. También ella niega legitimidad a cualquier concepto que no encaje en un
modalo de racionalidad de medios y fines, así como a cualquier institución que
no tenga una utilidad funcional inmediata. El marco que ubica a los individuos
principalmente dentro de estados ha tendido a tratar a los actores que no
encajan en ese marco como vestigios de épocas premodarnas destinados a ser
eventualmente eliminados por el avance del progreso. Han calificado de
anticientífico cualquier tratamiento serio de los innumerables conceptos,
valores, creencias, normas e instituciones ubicadas en esa categoría. En muchos
casos han llegado a olvidar la existencia misma de esas visiones alternativas
del mundo y de sus portadores, suprimiéndolos de la memoria colectiva de las
sociedades modernas.
El
hecho nuevo que ocurre en la actualidad es la vigorosa negativa de gran número
de personas y de estudiosos a aceptar esa negación de las escalas de valores
alternativas, y ha sido reforzada por el (re)descubrimiento de grandes
irracionalidades sustantivas que forman porte del pensamiento racional moderno.
Por lo tanto la cuestión que se nos plantea es la de cómo tomar en serio, en
nuestra ciencia social, una pluralidad de visiones del mundo sin perder el
sentido de que existe la posibilidad de conocer y realizar escalas de valores
que puedan efectivamente ser comunes o llegar a ser comunes a toda la
humanidad. La tarea clave es la de hacer estallar el lenguaje hermético
utilizado para describir a personas y grupos que son "otros", o que
son meros objetos de los análisis de la ciencia social, en contraste con los
sujetos que tienen legitimidad y pleno derecho, entre los cuales los analistas
se ubican a sí mismos. Hay aquí una confusión o superposición inevitable entre
lo ideológico y lo epistemológico. Para gran número de los científicos sociales
no occidentales la distinción entre lo político, lo religioso y lo científico
no porece ser enteramente razonable o válida.
Muchos
de los críticos del parroquialismo han destacado hasta ahora la agenda
negativa, que incluye la necesidad de negar los falsos universalismos. Han
cuestionado la adecuación de principios supuestamente universalistas en una
serie de casos singulares, y/o la posibilidad o deseabilidad del universalismo,
y en su lugar han propuesto categorías cuasidisciplinarias definidas por grupos
sociales. Hasta ahora el principal resultado ha sido, en gran parte, la
multiplicación de los particularismos. Más allá del argumento obvio de que es
preciso reconocer las voces de los grupos dominados (y por eso mismo en gran
parte ignorados hasta ahora), está la tarea más ardua de demostrar en qué forma
la incorporación de las experiencias de esos grupos es fundamental para
alcanzar un conocimiento objetivo de los procesos sociales.
Nosotros
destacaríamos que el universalismo siempre es históricamente contingente. En
consecuencia, en lugar de demostrar una vez más lo que las ciencias sociales se
han perdido al excluir gran parte de la experiencia humana, deberíamos pasar a
demostrar lo que gana nuestra comprensión de los procesos sociales cuando
incluimos segmentos cada vez mayores de las experiencias históricas del mundo.
Sin embargo, por parroquiales que hayan sido las versiones anteriores del
universalismo, no parece sensato simplemente dejar el terreno de las
disciplinas tradicionales a los que persisten en esos parroquialismos. Para
restaurar el equilibrio será necesario examinar el caso dentro de las
disciplinas existentes, al mismo tiempo que se establecen nuevos canales para
el diálogo y el intercambio más allá (y no solamente entre) las disciplinas
existentes.
Nosotros
además propondríamos con urgencia la más completa realización de una academia
multilingüe. La elección de la lengua a menudo predetermina el resultado. Para
tomar un ejemplo muy obvio, los conceptos de middle class, bourgeoisie y
bürgertum (presumiblemente similares) definen en realidad categorías
significativamente diferentes e implican mediciones empíricas diferentes. El
mínimo que podemos esperar de los científicos sociales es que tengan conciencia
de la extensión de los reinos de significación conceptual. Un mundo en el que todos
los científicos sociales tuvieran un dominio operativo de varias de las
principales lenguas académicas sería un mundo en el que se harían mejores
ciencias sociales. El conocimiento de distintas lenguas abre la mente del
estudioso a otros modos de organización del conocimiento y podría ser un gran
avance hacia la creación de una comprensión operativa y útil de las
interminables tensiones de la antinomia entre universalismo y particularismo.
Pero el multilingüismo sólo puede prosperar si adquiere legitimación
organizacional e intelectual: Por medio del uso efectivo de múltiples lenguas
en la pedagogía; también por el uso real de múltiples lenguas en los encuentros
científicos.
El
diálogo y el intercambio sólo pueden existir si hay un respeto básico entre los
colegas. Sin embargo, la retórica colérica que, hoy invade esas discusiones es
un reflejo de las tensiones sociales subyacentes, pero no se resolverá con
simples llamados al debate civilizado. Es preciso responder simultáneamente a
las demandas de relevancia (aplicabilidad, validez) universal y reconocer a la
vez la continuada calidad de una multiplicidad de culturas; y eso dependerá de
la imaginación de nuestras respuestas organizacionales y de cierta tolerancia
para la experimentación intelectual en las ciencias sociales. Las ciencias
sociales deberían emprender un proceso de apertura muy amplio hacia la
investigación y la enseñanza de todas las culturas (sus ciudades, pueblos) en
la búsqueda de un universalismo pluralista renovado, ampliado y significativo.
4.
Objetividad
La
cuestión de la objetividad siempre ha sido central en los debates metodológicos
de las ciencias sociales desde su iniciación. Ya hemos dicho al principio de
este informe que la ciencia social fue, en el mundo moderno, el intento
"de desarrollar conocimiento sistemático y secular acerca de la realidad,
con algún tipo de validación empírica ". El término objetividad ha sido
utilizado para representar intentos adecuados destinados a alcanzar ese
objetivo. El significado de objetividad ha estado muy vinculado a la intuición
de que el conocimiento no es a priori, de que la investigación puede
enseñarnos cosas que no sabíamos, presentarnos sorpresas en términos de
nuestras expectativas previas.
Se
consideraba que lo opuesto de lo "objetivo" era lo
"subjetivo", casi siempre definido como la intrusión de las
tendencias del investigador en la recolección e interpretación de los datos. Se
pensaba que eso distorsionaba los datos y por lo tanto reducía su validez. Pero
entonces, ¿cómo ser objetivos? En la práctica, distintas ciencias sociales
tomaron diferentes caminos en la búsqueda de ese objetivo, y predominaron dos
modelos. Las ciencias sociales más nomotéticas destacaron el modelo de eliminar
el peligro de la subjetividad maximizando "la dureza " de los datos,
es decir, su mensurabilidad y comporabilidad. Eso las llevó hacia la
recolección de datos sobre el momento presente, cuando el investigador tiene
más probabilidades de poder controlar la calidad de los datos. Los historiadores
idiográficos analizaron el problema de otro modo y se pronunciaron en favor de
las fuentes primarias, no tocadas (no distorsionadas) por personas
intermediarias (estudiosos anteriores) y en favor de los datos con los cuales
el investigador no se involucre personalmente. Eso los llevó hacia los datos
creados en el pasado, y por lo tanto acerca del pasado, y hacia los datos
cualitativos, en los que la riqueza del contexto podía llevar al investigador a
comprender la plenitud de las motivaciones implicadas, en contraste con una
situación en la que el investigador simplemente extrapola su propio modelo,
considerando como su propio prejuicio, y lo proyecta sobre los datos.
Siempre
se han expresado dudas acerca del grado en que cada uno de estos enfoques nos
permite alcanzar datos objetivos. En las últimas décadas esas dudas se han
expresado con mucha fuerza, como resultado de la situación de cambio en las
ciencias sociales que hemos venido describiendo. Un tipo de pregunta que se ha
planteado es ¿"objetividad de quién"? Plantear la cuestión en
esa forma implicaba escepticismo e incluso duda total acerca de la posibilidad
de alcanzar un conocimiento objetivo. Algunos incluso sugirieron que lo que se
considera conocimiento objetivo es simplemente el conocimiento de los que
tienen más fuerza social y política.
Nosotros
concordamos en que todos los estudiosos tienen sus raíces en un ambiente social
determinado y por lo tanto utilizan inevitablemente presupuestos y prejuicios
que interfieren con sus percepciones e interpretaciones de la realidad social.
En este sentido no puede haber ningún estudioso "neutral". También
concordamos en que una representación cuasifotográfica de la realidad social es
imposible. Todos los datos son selecciones de la realidad con base en las visiones
del mundo o los modalos teóricos de la época, filtrados por medio de las
posiciones de grupos particulares en cada época. En este sentido las bases de
selección se constituyen históricamente y siempre cambiarán inevitablemente a
medida que cambie el mundo. Si lo que entendemos por objetividad es la de los
estudiosos perfectamente desapegados que reproducen un mundo social exterior a
ellos, entonces no creemos que tal fenómeno exista.
Pero
objetividad puede tener otro sentido. Puede ser vista como el resultado del
aprendizaje humano, que representa la intención del estudio y la evidencia de
que es posible. Los estudiosos intentan convencerse mutuamente de la validez de
sus hallazgos y de sus interpretaciones. Apelan al hecho de que han utilizado métodos
replicables por otros, métodos cuyos detalles presentan abiertamente a los
demás, yapelan a la coherencia y utilidad de sus interpretaciones para explicar
la mayor cantidad de datos disponibles, cantidades mayores que las explicadas
por otras explica- ciones. En suma, se presentan al juicio intersubjetivo de
todos los que practican la investigación o piensan sistemáticamente sobre el
asunto de que se trate.
Aceptamos el hecho de que hasta
ahora ese objetivo no se ha realizado plenamente, ni siquiera frecuentemente.
Aceptamos el hecho de que ha habido errores sistemáticos en las formas en que
han procedido los científicos sociales en el pasado, y de que muchos han
utilizado la máscara de la objetividad para perseguir sus propias visiones
subjetivas. En efecto, hemos tratado de esbozar la naturaleza de esas
distorsiones continuas y aceptamos el hecho de que esos errores no pueden ser
reparados por simples llamados a un ideal de intersubjetividad, sino que
requieren fortalecer las bases organizacionales del esfuerzo colectivo. Lo que
no aceptamos es que se reduzca a la ciencia social a una miscelánea de visiones
privadas, todas igualmente válidas. Creemos que empujar a las ciencias sociales
a combatir la fragmentación del conocimiento es empujarlas también en dirección
a un grado significativo de objetividad. Creemos que insistir en que las
ciencias sociales avancen hacia la inclusividad (en términos del reclutamiento
de personal, la apertura a múltiples experiencias culturales, la lista de los
temas de estudio legítimos) es tender a aumentar la posibilidad de un
conocimiento más objetivo. Creemos que el énfasis en la historicidad de todos
los fenómenos sociales tiende a reducir la tendencia a hacer abstracciones
prematuras de la realidad y en definitiva ingenuas. Creemos que el
cuestionamiento persistente en torno a los elementos subjetivos de nuestros
modelos teóricos aumenta la probabilidad de que esos modelos sean relevantes y
útiles. Creemos que la atención a los tres problemas examinados anteriormente una
mejor apreciación de la validez de la distinción ontológica entre los seres
humanos y la naturaleza, una definición más amplia de las fronteras dentro de
las cuales se produce la acción social y un balance adecuado de la antinomia
entre universalismo y particularismo será una importante contribución a nuestros intentos
de desarrollar el tipo de conocimiento más válido que queremos tener .
En
resumen, el hecho de que el conocimiento sea una construcción social también
significa que es socialmente posible tener un conocimiento más válido. El
reconocimiento de las bases sociales del conocimiento no está en absoluto en
contradicción con el concepto de objetividad. Por el contrario, sostenemos que
la reestructuración de las ciencias sociales de que hemos venido hablando puede
ampliar esa posibilidad al tomar en cuenta las críticas que se han formulado a
la práctica pasada y al construir estructuras que sean más verdaderamente
pluralistas y universales.
4.
CONCLUSIÓN: LA REESTRUCTURACIÓN DE LAS CIENCIAS SOCIALES
En este informe hemos tratado de
mostrar tres cosas. La primera es cómo la ciencia social fue históricamente
construida como una forma de conocimiento y por qué se dividió en un conjunto
específico de disciplinas relativamente estándar en un proceso que tuvo lugar
entre fines del siglo XVII y 1945. La segunda es las maneras en que los
procesos mundiales ocurridos después de 1945 plantearon cuestiones acerca de
esa división del trabajo intelectual y por lo tanto reabrieron los problemas de
estructuración organizacional instaurada en el periodo anterior. La tercera es
la elucidación de una serie de cuestiones intelectuales básicas sobre las
cuales ha habido mucha discusión en estos últimos tiempos, y la sugerencia de
una posición que nos parece óptima para seguir adelante. Ahora pasaremos a
examinar de qué manera es posible reestructurar inteligentemente las ciencias
sociales a la luz de esa historia y de esos debates recientes.
Para
empezar debemos decir que no tenemos ninguna fórmula simple y clara, sino
principalmente un conjunto de propuestas tentativas que en nuestra opinión van
en la dirección correcta. Actualmente, como resultado de varios acontecimientos
cuyas raíces históricas hemos tratado de explicar, las clasificaciones de las
ciencias sociales no están claras. Por supuesto siempre es posible hacer
ajustes (de hecho se hacen constantemente) que pueden mejorar algunas de las
irracionalidades. Ciertamente no proponemos abolir la idea de la división del
trabajo dentro de las ciencias sociales, y créemos que ésta puede seguir
adoptando la forma de disciplinas. Las disciplinas cumplen una función, la
función de disciplinar las mentes y canalizar la energía de los estudiosos.
Pero tiene que haber algún nivel de consenso acerca de la validez de las líneas
divisorias para que éstas funcionen. Hemos tratado de indicar de qué modo la
trayectoria histórica de la institucionalización de las ciencias sociales
condujo a algunas grandes exclusiones de la realidad. La discusión sobre esas
exclusiones significa que el nivel de consenso acerca de las disciplinas
tradicionales ha disminuido.
La
clasificación de las ciencias sociales se construyó en torno a dos antinomias
que ya no tienen el amplio apoyo del que antaño disfrutaron: la antinomia entre
pasado y presente y la antinomia entre disciplinas idiográficas y nomotéticas.
Una tercera antinomia, entre el mundo civilizado y el mundo, bárbaro, ya no
tiene muchos defensores públicos, pero en la práctica continúa habitando la
mentalidad de muchos estudiosos.
Además
de los debates intelectuales en torno a la lógica de las divisiones
disciplinarias actuales, existe el problema de los recursos. El principal modo
administrativo de enfrentar las protestas acerca de las divisiones actuales ha
sido la multiplicación de los programas interdisciplinarios docentes y de
investigación, proceso que continúa floreciendo, puesto que constantemente se
formulan nuevos reclamos, pero esa multiplicación requiere personal y dinero.
Sin embargo, la realidad del mundo del conocimiento en la década de 1990,
especialmente en comparación con la de décadas anteriores, es la limitación de
recursos impuesta por las crisis fiscales en prácticamente todos los países. Al
mismo tiempo que los científicos sociales, impulsados por las presiones intemas
generadas por sus dilemas intelectuales, intentan expandir el número y la
variedad de las estructuras pedagógicas y de investigación, los administradores
están buscando maneras de economizar y por lo tanto de consolidar. No queremos
sugerir que haya habido demasiada multidisciplinariedad, nada más lejos de
nuestra intención. Más bien queremos indicar que organizacionalmente ésta no ha
ido tanto en dirección a unificar actividades como en dirección a la
multiplicación del número de nombres y programas universitarios.
Esas
dos presiones contrarias están destinadas a chocar, y el choque va a ser serio.
Podemos esperar que los científicos sociales activos echen una mirada sincera a
sus estructuras actuales y traten de hacer concordar sus percepciones intelectuales
revisadas sobre una división del trabajo útil con el marco organizacional que
necesariamente construyen. Si los científicos sociales activos no lo hacen, sin
duda los administradores de las instituciones de conocimiento lo harán por
ellos. Desde luego nadie está, ni es probable que llegue a estar, en posición
de decretar una reorganización general, y tampoco sería necesariamente bueno
que alguien lo hiciera. Sin embargo, la alternativa a una reorganización
general, súbita y dramática, no es seguir ciegamente adelante como se pueda, en
la esperanza de que de alguna manera las cosas mejorarán y se arreglarán solas,
porque la confusión, la superposición y la escasez de recurso~ están aumentando
simultáneamente, y en conjunto pueden llegar a constituir un bloqueo
considerable a la creación de nuevo conocimiento.
Permítasenos
recordar otra realidad de la situa ción actual. Hemos venido describiendo un
patrór general en las ciencias sociales actuales, pero Ias clasificaciones
detalladas varían de país a país y menudo de institución á institución. Además,
en la actualidad el grado de cohesión y flexibilidad internas de las
disciplinas varía de una a otra y, dentro de la misma, en todo el mundo. Por lo
tanto la presión por el cambio no es uniforme; además, la presión por el cambio
varía de acuerdo con las perspectivas teóricas de distintos científicos
sociales y de acuerdo con el grado en que grupos particulares de científicos
sociales participan más o menos directamente en actividades y preocupaciones de
la burocracia estatal. Y finalmente, diferentes comunidades de científicos
sociales se encuentran en diferentes situaciones políticas -situaciones
políticas nacionales, situaciones políticas universitarias- y esas diferencias
afectan sus intereses y por lo tanto el grado en que favorecen o se oponen a
las reorganizaciones administrativas.
Desde
luego podríamos simplemente recomendar más flexibilidad. Éste es el curso que
hemos seguido efectivamente desde hace ya tres o cuatro décadas. En este
sentido ha habido cierto grado de éxito, pero la atenuación del problema no ha
ido a la misma velocidad que su intensificación. La razón es muy simple, el
sentido de seguridad en las disciplinas en la mayoría de los casos tiende a
pesar más en los pequeños espacios que constituyen los departamentos
universitarios, en los cuales se encuentra, además, el poder real de la toma de
decisiones cotidiana. Las fundaciones conceden fondos a grupos de estudiosos
imaginativos, pero son los departamentos los que resuelven sobre las
promociones y los planes de estudio. Las buenas motivaciones formuladas por
individuos no siempre son eficaces para enfrentar presiones organizativas.
Lo
que parece necesario no es tanto un intento de transformar las fronteras
organizativas como una ampliación de la organización de la actividad
intelectual sin atención a las actuales fronteras disciplinarias. Después de
todo, ser histórico no es propiedad exclusiva de las personas llamadas
historiadores, es una obligación de todos los científicos sociales. Ser
sociológico no es propiedad exclusiva de ciertas personas llamadas sociólogos
sino una obligación de todos los científicos sociales. Los problemas económicos
no son propiedad exclusiva de los economistas, las cuestiones económicas son
centrales para cualquier análisis científico-social y tampoco es absolutamente
seguro que los historiadores profesionales necesariamente sepan más sobre las
explicaciones históricas, ni los sociólogos sepan más sobre los problemas
sociales, ni los economistas sepan más sobre las fluctuaciones económicas que
otros científicos sociales activos. En suma, no creemos que existan monopolios
de la sabiduría ni zonas de conocimiento reservadas a las personas con
determinado título universitario.
Ciertamente
están aporeciendo agrupamientos particulares de científicos sociales (e incluso
de personas que no son científicos sociales) en torno a intereses o áreas
temáticas específicos, desde la población hasta la salud, la lengua, etc. Hay
grupos que surgen en torno al nivel de análisis (concentración en la acción
social individual; concentración en los procesos sociales en gran escala y a
largo plazo ). Aportt: de que las distinciones temáticas o la distinción
"mi cro/macro" sean o no las formas ideales de organizal la división
del trabajo en las ciencias sociales de hoy pueden ser por lo menos tan
plausibles como distin guir, por ejemplo, entre lo económico y lo político.
¿Dónde
se encuentran las oportunidades de experimentación creativa? Puede haber muchas
que el lector pueda identificar; nosotros podemos indicar algunas que se
encuentran en puntos muy diferentes del espectro académico. En un extremo se
encuentra Estados Unidos, con la más alta densidad de estructuras
universitarias en el mundo, y también una presión política interna muy fuerte,
tanto en favor como en contra de la reestructuración de las ciencias sociales.
En el otro extremo está Africa, donde las universidades son de construcción
relativamente reciente y las disciplinas tradicionales no están fuertemente
institucionalizadas. Allí, la extrema pobreza de recursos públicos ha creado
una situación en que la comunidad de las ciencias sociales se ha visto obligada
a innovar. No cabe duda de que en otras partes del mundo hay particularidades
que permitirán una experimentación igualmente interesante. Un escenario de ese
tipo es quizá el de los países poscomunistas, donde se está dando una gran
reorganización académica y sin duda, a medida que Europa Occidental construye
sus estructuras comunitarias, hay auténticas oportunidades de experimentación
creativa en el sistema universitario.
En
Estados Unidos las estructuras universitarias son múltiples, diversas y
descentralizadas. Los problemas planteados por el llamado al multiculturalismo,
así como el trabajo en los estudios científicos, ya han pasado a ser objeto de
debate político público. Es posible que problemas planteados por algunos de los
nuevos desarrollos que ocurren en la ciencia sean atrapados por contagio en el
remolino político. Esto proporciona un motivo adicional pora que los
científicos sociales activos enfrenten los problemas y traten de impedir que
las consideraciones políticas pasajeras (y apasionadas) invadan demasiado
profundamente un proceso cuyas consecuencias son demasiado importantes para
resolverlo con base en motivaciones electorales. Estados Unidos tiene una larga
historia de experimentación estructural en los sistemas universitarios: la
invención de las escuelas de posgrado a fines del siglo XIX, la modificación
del sistema alemán de seminarios; la invención del sistema de materias de libre
elección pollos estudiantes, también a fines del siglo XIX; la invención de los
consejos de investigación en ciencias sociales después de la primera guerra
mundial; la invención de los requisitos de "cursos centrales" después
de la primera guerra mundial; la invención de los estudios de área después de
la segunda guerra mundial; la invención de los estudios de mujeres y los
programas "étnicos" de muchos tipos en la década de 1970. No estamos
tomando posición ni a favor ni en contra de ninguna de estas invenciones, sino
simplemente utilizándolas para ilustrar el hecho de que en el sistema
universitario estadunidense ha habido espacio para la experimentación. Es quizá
la comunidad de ciencias sociales estadunidense la que pueda aportar, un vez
más, soluciones creativas a los problemas organizacionales muy reales que hemos
descrito.
En
los países poscomunistas enfrentamos una situación en la que muchas de las
estructuras anteriores se han desmantelado y algunas categorías universitarias
han sido abandonadas. Las presiones financieras han sido tales que muchos
estudiosos se han salido "de las estructuras universitarias para continuar
su trabajo. En consecuencia también allí parece haber bastante espacio para la
experimentación. Desde luego existe el riesgo de que intenten adoptar en bloque
las estructuras existentes en las universidades occidentales por la razón de
que representan un futuro que es diferente de su propio pasado inmediato, sin
reconocer las dificultades reales en que se encuentran los sistemas
universitarios occidentales. Sin embargo, hay algunos signos de
experimentación. Por ejemplo en la antigua Alemania Oriental, en la Universidad
Humboldt de Berlín, el departamento de historia ha sido el primero en Alemania,
y quizá en Europa, que creó un subdepartamento de etnología europea, intentando
dar a la llamada antropología histórica un droit de cité dentro de la
historia. La antropología de la historia también ha pasado a ser una categoría
formal dentro de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, ya
no dentro de la historia sino al Iado de ella, como su igual, tanto de la
historia como de la antropología social. Al mismo tiempo, en una serie de
universidades en diversas partes del mundo, la antropología física ha sido
incorporada a la biología humana.
La
Comunidad Europea ha dado una importancia considerable al fortalecimiento de
los vínculos entre sus diversas universidades por medio de programas de
intercambio y del estímulo a nuevos proyectos de investigación paneuropeos.
Están tratando de enfrentar en forma creativa la cuestión de la multiplicidad
de lenguas en el uso académico, y podemos esperar que las soluciones que
encuentren restauren la riqueza lingüística de la actividad científica social y
ofrezcan algunas respuestas auno de los problemas planteados por la relación
entre universalismo y particularismo. En la medida en que podrían crearse
nuevas universidades con vocación específicamente europea (un ejemplo podría
ser la Europa-Universitit Viadrina en Frankfurt an Oder), existe la oportunidad
de reestructurar las ciencias sociales sin tener el problema de transformar las
estructuras organizativas existentes.
En
Africa, el proceso de experimentación ya se ha iniciado. La actual situación
africana, que en muchos aspectos porece terrible, también ha proporcionado una
base para formas alternativas de estudio que no necesariamente reflejan los
enfoques disciplinarios adoptados en otras regiones del mundo. Buena parte de
la investigación en torno a la evolución socioeconómica ha requerido que los
métodos de investigación no sean fijos sino más bien abiertos para incluir
nuevos conocimientos, y han estimulado los estudios que cortan transversalmente
la división entre las ciencias sociales y naturales. También en otras partes
del mundo no occidental ha habido experimentación. El mismo dilema de los
recursos limitados y la falta de institucionalización profunda de las
disciplinas de las ciencias sociales condujo, en los últimos treinta años, a la
creación de las muy exitosas estructuras de investigación y docencia de FLACSO
en toda América Latina, que han operado como instituciones para universitarias
no amarradas a las categorías de conocimiento tradicionales.
La
aparición de instituciones de investigación independientes en África y América
Latina, aun cuando en número hasta ahora limitado, han creado un camino
alternativo para emprender investigaciones. Uno de los rasgos interesantes de
algunas de esas instituciones es que buscan unir la experiencia de las ciencias
sociales y de las naturales, mostrando poco respeto por los límites
disciplinarios. Además han llegado a ser importantes como fuentes de ideas para
funcionarios gubernamentales. Esto mismo está ocurriendo ahora en los países
poscomunistas y desde luego también ha ocurrido en los países occidentales. La
Science Policy Research Unit de la Universidad de Sussex tiene un plan de
estudios dividido en partes iguales entre las ciencias sociales y las ciencias
naturales.
Si
bien todavía no podemos estar seguros de que la incipiente investigación en
ciencias sociales en estos nuevos marcos dé como resultado agrupamientos de
conocimiento alternativos coherentes, se puede afirmar que en algunas partes
del mundo los antiguos paradigmas y las instituciones establecidas para
salvaguardarlos, alimentarlos y protegerlos o nunca funcionaron realmente o se
han desplomado. Por consiguiente, esas regiones no se metieron del todo en los
viejos callejones intelectuales sin salida, y por lo tanto ahora son espacios
relativamente más abiertos donde están surgiendo innovaciones intelectuales e
institucionales. Esa tendencia autoorganizadora, al salir de situaciones
relativamente caóticas, puede incitarnos a apoyar otras tendencias
autoorganizadoras similares fuera de los caminos aceptados del sistema
universitario mundial.
Nosotros
no nos encontramos en un momento en que la estructura disciplinaria existente
se haya derrumbado. N os encontramos en un momento en el que ha sido
cuestionada y están tratando de surgir estructuras rivales. Creemos que la
tarea más urgente es que haya una discusión completa de los problemas
subyacentes. Ésa es la función principal de este informe, alentar esa discusión
y elaborar los problemas interconectados que se han presentado. Además, creemos
que hay por lo menos cuatro clases de procesos estructurales que los
administradores de estructuras de conocimiento de ciencia social
(administradores de universidades, consejos de investigación en ciencias
sociales, ministerios de educación y / o investigación, fundaciones educativas,
UNESCO, organizaciones internacionales de ciencia social, etc.), podrían y
deberían alentar, como caminos útiles hacia la clarificación intelectual y la
eventual reestructuración más completa de las ciencias sociales:
1.
La expansión de instituciones, dentro de las universidades o aliadas con
ellas, que agrupen estudiosos para trabajar en común y por un año en
tomo a puntos específicos urgentes. Ya existen desde luego, pero en número
demasiado limitado. Un modelo posible es el ZIF (Zentrum für interdisziplinäre
Forschung) de la Universidad de Bielefeld, en Alemania, que viene haciendo esto
desde la década de 1970. Entre los recientes temas para el próximo año de
trabajo se han incluido el del cuerpo y el alma, los modelos sociológicos y
biológicos de cambio y las utopías. Lo esencial es que esos grupos de
investigación por un año se preparen cuidadosamente con anticipación y que
recluten sus miembros con amplitud (en términos de disciplinas, geografía, zona
cultural/lingüística y género) dando a la vez importancia a la coherencia de
las visiones interiores para que el intercambio sea fructífero.
2.
El establecimiento de programas de investigación integrados dentro de las
estructuras universitarias, cortando transversalmente las líneas tradicionales,
con objetivos intelectuales concretos y fondos para períodos limitados (alrededor
de cinco años). Esto difiere de los centros de investigación tradicional
que tienen vida ilimitada y son estructuras con fondos disponibles. La cualidad
ad hoc de esos programas, que al menos durarán cinco años, sería un
mecanismo de experimentación constante que, una vez presupuestado, liberaría de
esa preocupación a los participantes. En la multitud de solicitudes de nuevos
programas, en lugar de iniciar inmediatamente nuevos programas de enseñanza,
quizá lo que se necesita es que se permita a los proponentes demostrar la
utilidad y validez de sus enfoques mediante un programa de investigación de
este tipo.
3.
Nombramiento conjunto obligatorio de los profesores. Actualmente la
norma es que los profesores pertenezcan a un departamento, normalmente aquel en
el que ellos mismos tienen un título avanzado. Ocasionalmente, y más o menos
como concesión especial, algunos profesores tienen un "nombramiento
conjunto" con un segundo departamento. En muchos casos se trata de una
mera cortesía y no se espera que el profesor participe demasiado activamente en
la vida del "segundo departamento" o "departamento
secundario". Quisiéramos que esto se invirtiera por completo. Contemplamos
una estructura universitaria en la que todos sean nombrados para dos
departamentos, uno en el que tiene su título y un segundo en el que ha mostrado
interés o hecho algún trabajo de importancia. Esto desde luego traería como resultado
una variedad increíble de combinaciones diferentes. Además, a fin de asegurar
que ningún departamento levantase barreras, crearíamos el requisito de que cada
departamento tuviera por lo menos un 25 por ciento de sus miembros que no
poseyeran título en esa disciplina. Si los profesores tienen pleno derecho en
los dos departamentos, el debate intelectual dentro de cada departamento, los
planes de estudio ofrecidos, los puntos de vista considerados plausibles o
legítimos se transformarían como resultado de este sencillo mecanismo
administrativo.
4.
Trabajo adjunto pora estudiantes de posgrado. La situación es igual para
los estudiantes de posgrado que para los profesores. Normalmente trabajan en un
departamento, y con frecuencia se evita activamente que hagan algún trabajo en
un segundo departamento. Sólo en muy pocos departamentos, de muy pocas
universidades, se le permite vagar por fuera a los estudiantes. Esto también
quisiéramos invertirlo. Tal vez se podría hacer obligatol.io que los
estudiantes que preporan el doctorado en una disciplina deter- minada tomen
cierto número de cursos, o hagan cierto volumen de investigación en el campo
definido de un segundo departamento. También esto daría como resultado una
variedad increíble de combinaciones. Administrado en forma liberal, pero seria,
también esto transformaría el presente y el futuro.
Las
dos primeras recomendaciones que hemos formulado requerirían un compromiso
financiero por parte de alguien, pero no deberían ser onerosas como porcentaje
del gasto total en las ciencias sociales. Las recomendaciones tercera y cuarta
no tendrán prácticamente ningún efecto sobre el presupuesto. No queremos que
estas recomendaciones sean limitantes; queremos que impulsen movimientos en la
dirección correcta. Indudablemente hay otros mecanismos que también pueden
impulsar las cosas en ese sentido, y queremos recomendar a otros que los
propongan. Lo más importante, repetimos, es que los problemas subyacentes se
discutan con claridad, en forma abierta, inteligente y urgente.
Junio
de 1995
No hay comentarios:
Publicar un comentario